La panelista es una película argentina que cuenta la historia de una panelista de televisión, Marcela Robledo, que forma parte de un programa de chimentos. Todos los integrantes de dicho programa pelean por no perder su trabajo, mientras el conductor es implacable con cada uno de ellos.
Un evento que puede ser la primicia que Marcela necesita, la lanzará a una serie de situaciones extremas que pondrán en juego su ética. Ella deberá decidir hasta donde quiere llegar para alcanzar la fama y el éxito que tanto desea.
La panelista es una película que estuvo a punto de estrenarse antes de la pandemia, pero se fue postergando por más de un año. A diferencia de otros títulos nacionales de poca taquilla, la película no fue al servicio de streaming del cine argentino, Cinear, ni tampoco tuvo el destino de films taquilleros de ir a Netflix. Su postergado estreno finalmente mostró una muy baja repercusión en las boleterías, al repetir el viejo error de estrenar en muchas más salas de las que la película podía cubrir.
Pero la taquilla no dice si una película es buena o mala, solo sí la gente tuvo ganas de pagar la entrada para verla. El rotundo fracaso de La panelista habla de una falta de estrategia comercial y una sobreestimación de las posibilidades de convocar que tiene su protagonista y el tema de la televisión.
La película arranca como una sátira de la televisión. Lo hace con conocimiento del tema y aun para los que no entiendan los guiños que el film tiene, queda en claro que describe un mundo despiadado y mediocre. No se refiere a toda la televisión, sino puntualmente a la de chimentos. El director pone casi toda la carne en el asador en las escenas iniciales, pero lamentablemente la puesta en escena no mantiene el mismo nivel de dedicación. Un presupuesto limitado se adivina a cada momento.
La sátira troca rápidamente hacia comedia negra y con ese cambio surge la esperanza de una película más sofisticada. Pero allí se encuentra con dos problemas: en primer lugar una protagonista sin ninguna gracia, incapaz de lograr una escena graciosa y al mismo tiempo sin chances de generar empatía alguna con los espectadores. El otro problema es que la película pega un giro más y decide volverse policial, dejando de lado ese humor en el guión que parecía ser el tono más efectivo.
Los realizadores pueden haber visto otros films sobre los ascensos despiadados en televisión, como por ejemplo Todo por un sueño (To Die For) de Gus Van Sant, pero si fue así no queda del todo claro. Lo que sí es obvio es que buscan un espíritu hitchcockiano en muchos momentos. No es mala idea, pero una vez más el problema es la actriz. En una película de Hitchcock no importaba quien fuera el personaje, siempre queríamos que se saliera con la suya. Acá eso no pasa en ningún momento de la película.
Esfuerzos esporádicos pero no desdeñables por parte del director y algunas actuaciones buenas, como las de Soledad Silveyra, Martín Campilongo y José Luis Gioia, la sacan del podio del peor cine argentino contemporáneo. Pero la mayoría de los personajes, por no decir todos, están sumidos en una miseria tal que es imposible encontrar asilo emocional en algún lugar de la trama. Castigarlos a ellos parece el objetivo de esta película que intenta saldar cuentas con alguien, aunque no se sabe del todo con quién.