PAULINA
La patota es la remake del film del mismo nombre dirigido por Daniel Tinayre y protagonizado por Mirtha Legrand en 1960. Las comparaciones podrán ser odiosas, sí, y en muchos aspectos son también inútiles, pero también son una buena excusa para hablar de dos grandes películas, como en este caso. Comparar al film de Mitre con el de Tinayre es un simple ejercicio para marcar que una remake puede ser una película muy distinta al original, a pesar de mantener muchos elementos dramáticos en común, incluso los principales. El cine argentino hace mucho tiempo que ha dejado atrás la idea de la remake y es curioso que haya vuelto de esta manera brillante.
En La patota, dirigida por Daniel Tinayre, la protagonista se aferraba a la religión. La religión la hacía fuerte, le daba certeza. Todo el film era religioso y Paulina es una santa, esta idea la trabajó nuevamente Tinayre en Bajo un mismo rostro, dos años más tarde. Pero en el film del 2015 la religión ya no está. Paulina no habla de religión, Paulina habla de política. A lo que se aferra ella es a su ideología. Esa diferencia hace que la película se vuelva apasionante, incluso para los que creemos que la versión de 1960 es excelente.
La patotade 1960 tenía certezas, la del año 2015 ya no las tiene. ¿No las tiene? El mundo que describe Mitre es muy diferente, su protagonista es diferente. En el plano secuencia inicial que posee el film, Paulina discute con su padre acerca de una decisión que ha tomado. Ella en lugar de afianzar una carrera segura como abogada en Buenos Aires decide quedarse en su provincia y dar clases en una escuela alejada de la ciudad. El padre cuestiona políticamente esta decisión, pero sus argumentos se mezclan con sus deseos de padre de que ella tenga una carrera más tradicional y segura en Buenos Aires. Dos generaciones preocupadas por la política, pero con miradas diferentes. Miradas diferentes que también han dado la edad. La juventud política del padre ha quedado atrás, como también su idealismo. Pero, insisto en esto, también habla como padre.
La patota tiene una estética coherente con el film anterior de Santiago Mitre, El estudiante, lejos de la factura industrial lavada de los grandes éxitos del cine argentino de los últimos años, pero no por eso menos efectiva, por supuesto. Cámara en mano, nerviosa, tratando de seguir a los personajes como si no supiera a donde van a ir. Pero también planos muy expresivos, una buena utilización de los planos abiertos, un uso del lenguaje del cine a pleno, más allá de que en la película hay muchas escenas con largos diálogos. Particularmente logrados son los saltos temporales que permiten armar el relato completo al repetir escenas desde otro punto de vista. Sin lujos llamativos La patota consigue plantarse con firmeza a la hora de contar la historia. La estética del film es tan importante como su contenido, aun cuando el debate político que el relato contiene se transforme en objeto de muchas notas y discusiones más cercanas al contenido que a la forma.
Paulina es como Roque, el protagonista de El estudiante en lo que refiere a su firmeza y su tenacidad, así como también su libertad de criterio, para bien o para mal. Paulina se transforma en víctima en un momento del relato pero eso no la debilita, su reacción no es políticamente correcta y tampoco es reaccionaria. Su búsqueda no cesa con el ataque que sufre, al contrario. Si la religión daba certezas en el film de Tinayre, acá la ideología política aumenta la incertidumbre. Pero la incertidumbre no apaga a Paulina, al contrario, la sostiene y le permite seguir avanzando. La película de Santiago Mitre no nos elige un lugar para estar, no nos dice a donde debemos mirar. Los argumentos del padre y la hija se explican claramente y ambos de forma creíble y atendible. Sin embargo, el principio feminista de mi cuerpo, mi decisión sí se sostiene a lo largo de toda la trama. Y no solo por feminista, sino como elemento primordial de la condición humana. Paulina es una heroína feminista por mantener la soberanía sobre su cuerpo y su mente, pero si fuera un hombre las ideas serían las mismas. La coyuntura social que vivimos le da a la violencia de género una comprensible prioridad en la agenda, pero la película tiene una mirada sobre la libertad del individuo en general. Paulina al final representa la victoria de una persona que se mantiene firme, como Roque, el protagonista del film anterior de Mitre. En el plano final de ambos films se observa el corazón mismo de los personajes. No es un mundo de certezas, no es un mundo seguro ni confiable, pero el aprendizaje continúa y los personajes encaran lo que viene con renovada fuerza.