AMORES QUE DEJAN MARCAS
a la marca en mi piel
La quise tanto tiene una gran virtud que es a la vez su gran defecto. Ahora bien, hay que explicar a qué se le llama en este caso virtud, y a qué defecto. Y simplemente para postergar el elogio a la virtud, digamos que ese mayor defecto reside en que la gran parte de los espectadores tal vez se sienta ajena y perdida en esta historia. Incluso podría considerarse un film menor, de aciertos limitados. Pero el motivo por el cual el film renuncia a un prestigio asegurado que tal vez le hubiera otorgado el camino fácil, es justamente su mayor virtud.
Lo que Zabou Breitman narra en La quise tanto es una verdadera historia de amor. Una historia de amor y miedo, amor y pérdida, amor y pasión. La película, emparentándose con aquel gigantesco melodrama romántico llamado Los puentes de Madison, narra la historia en dos tiempos, con lo cual los primeros minutos aun parecen tibios y demasiado serenos. Pero luego, y como acontece en todo film verdaderamente romántico, el amor se percibe en la pantalla, no en los diálogos, sino en las situaciones, en las miradas, en la química que explota a todo nivel y que parten de la atenta mirada de una directora que sabe captar con cada plano los elementos esenciales del amor fou. Más de una vez, al decir amor fou (castellanización de amour fou), he escuchado que la gente pregunta qué es. Mala señal de los tiempos actuales el hecho de que el amor fou moneda corriente en la literatura y el cine- no sea hoy tan fácilmente reconocido. A partir del amor fou se han construido muchas obras maestras inolvidables, pero hoy lo sabemos- sería objeto de burla para los espectadores. ¿Qué destino tendría hoy un film de Minnelli, Sirk o Buñuel? Pero tampoco seamos reaccionarios frente a este presente, ¿qué destino tuvo Vértigo al momento del estreno?
La quise tanto nos expone esta historia de amor en el mundo contemporáneo. Y también la mezcla con la realidad, con el trabajo, con la familia, con las presiones, con los temores y con las decisiones definitivas. No es una película sencilla para quien haya amado con esa pasión, pero es luminosa en su capacidad de entender la naturaleza de las pasiones desatadas, de las personas entregadas a la intensidad, aun a riesgo de perderlo todo. Más complejo aun es el hecho de que la puesta en escena no sea ni barroca ni melodramática. La directora remarca justamente que el mundo no es un lugar romántico y apasionado, y que estos volcanes estallan en medio de la vida cotidiana. Algunos creen que el amor fou es pasajero. Sin duda confunden un arrebato con el amor fou, que podrá ser cualquier cosa menos pasajero.
Una vez alguien dijo que nadie moría de amor en el siglo XX. Por extensión hemos de asumir que lo mismo le correspondería al siglo presente. Sin embargo, cualquiera que haya sentido el amor fou en su corazón sabe que, pase lo que pase, ese amor jamás se olvida. Y eso a lo que todos le llaman vida, deja de serlo una vez que las dos partes de una gigantesca llama se separan físicamente. El amor fou deja marca, y esas marcas son para siempre.