Darío Grandinetti es un lastre para cualquier película en la que trabaja. Si él llega con el mercado español bajo el brazo cada vez que acepta un rol no lo sabemos, pero tal vez por eso lo contratan. En Argentina ya no es taquillero ni por asomo, pero tal vez ayude su presencia en algún sentido. La residencia (Bem-Vinda, Violeta!, 2022), esta coproducción entre Argentina y Brasil, tiene como principal motivo para no verla su presencia, lo que resulta muy injusto con una película que tiene méritos.
Ana (Débora Falabella) está escribiendo una novela llamada Violeta. Para completarla decide participar de un laboratorio de escritura en un lugar llamado llega a la Residencia del Fin del Mundo, ubicado en el sur del continente. Este prestigioso y misterioso espacio tiene como líder al creador de un método de trabajo muy particular. Su nombre es Holden (Grandinetti) y lo que hace es empujar a los autores a que vivan más como sus personajes que como ellos mismos. El grupo del cual Ana forma parte deberá someterse a diferentes ejercicios que van volviéndose cada vez más inquietantes.
La película tiene esa estructura claustrofóbica al estilo de lo que, por ejemplo, eran las películas de Roman Polanski. Los personajes se van enredando en un camino que parece una profecía autocumplida. En ese aspecto ingenioso y algo fuera de moda, la película tiene su mayor interés. El guión es sólido, inverosímil, con la lógica de una pesadilla y construido a partir de su propia lógica. El elenco, salvo la protagonista, no está al mismo nivel y allí la película pierde mucho de todo lo que podría haber llegado a ser.