La grandeza de Duro de matar es tan notable que todo el tiempo aparecen películas que parecen inspirarse en ella. Claro que en el cine de acción la premisa tuvo siempre alguna variable, incluso antes de Bruce Willis, y explotarla no es en sí mismo un error. El problema es que se necesita un buen héroe, una buena historia y un gran villano. Nada de eso es acá de primer nivel, en particular la historia.
Vic Davis es un agente secreto que se dirige a recoger a su hijo cuando se ve envuelto por accidente en medio de una operación terrorista. Una amiga de su hijo, Eric Walton, es el objetivo del grupo que ha lanzado el ataque y que no se detendrá hasta que la pueda secuestrar para utilizarla como moneda de cambio en un juicio. El padre de la joven es un juez que tiene un voto decisivo para revocar la segunda enmienda de la constitución, algo que por otro lado no es posible en la realidad, tan solo una licencia poética con bajada de línea.
Los actores sí son de segunda, todos ellos, y solo Casper Van Dien, interpretando a un villano excesivo, consigue cierta gracia e intensidad. El resto es un film de acción que se va apagando poco a poco y se queda sin nada de energía en la última media hora. Una película muy clase B, con poca vida propia, aunque quiera prometernos una secuela.