En el excelente documental sobre montaje cinematográfico The Cutting Edge Martin Scorsese dice sobre la primera vez que vio una película de Godard: “Me encantó, no sabía qué demonios estaba pasando.” Cuando veo las películas de Alejo Moguillansky sé lo que está pasando, no es un cineasta confuso para nada, pero la libertad de movimiento para manejar tantos niveles sin volverse oscuro, su capacidad de ser muy sofisticado y simple a la vez es algo que me supera. Me supera en el sentido de que me produce todo tipo de emociones, siento que todo lo que hace me fascina y al mismo tiempo no veo todos los días películas como las de él. El cine de Alejo Moguillansky, y La vendedora de fósforos lo confirma, es un cine apasionante en el sentido más literal que le puedan encontrar a la palabra. ¿Cuántas cosas pueden pasar en una sola película? ¿Cuántos niveles se pueden trabajar en un film independiente, con un número limitado de locaciones y personajes? El mundo de Moguillansky parece infinito. El mundo es infinito y el director en lugar de encerrarlo en la duración de la película, parece mostrarnos esa inmensidad en cada una de sus películas. Su cine es estimulante. Perdón por hacer una segunda cita pero recuerdo la frase de Marlene Dietrich sobre Orson Welles cuando filmaron juntos Touch Of Evil (1958): “Cuando termino de hablar con Orson, siento que soy una planta que ha sido regada.” Al ver La vendedora de fósforos la sensación es la misma. <br><br>
¿Pero de qué trata la película La vendedora de fósforos? La primera suposición es correcta, la historia del cuento de Hans Christian Andersen está en el centro de la trama, con lujo de detalles nos cuentan la historia, la repiten, la recreen, la actúan, la reescriben. Como un espejo aparece también la historia de Al azar Balthazar (1966) la obra maestra de Robert Bresson. La vendedora tiene un destino trágico, como Balthazar, como la puesta en escena de esa ópera moderna en el Teatro Colón amenazada por una huelga de transporte. Un compositor vanguardista que ha estado en las peleas político culturales en su país, Alemania, y que llega a la Argentina ha ver como la lucha gremial pone en jaque su imposible obra de avanzada, una inusual puesta de la ópera La vendedora de fósforos. Pero los protagonistas son Walter y Marie, que sobreviven con la música y mantienen a su hija como pueden. Buscan encontrarle algo de orden y lógica a la ópera para que pierda algo de su absoluta aridez. Una gran pianista ya veterana para la que trabaja María y que tiene una historia en su pasado con un guerrillero alemán. También hay lugar para Leonardo Da Vinci, Sergio Leone y Ennio Morricone, en las imágenes y la música de Once Upon a Time in the West (1968). Las capas se superponen, siempre con un fino y juguetón sentido del humor y las lecturas se multiplican. No hay escena que no sea interesante o tenga una resolución brillante. El origen real de la historia y muchos de los personajes haciendo de ellos mismos parecen ubicar a la película dentro del género documental, pero Moguillansky, como sus personajes, agrega lecturas y capas que sin duda le otorgan una construcción completamente de ficción. El arte, las vanguardias, el clasicismo, la lucha de clases, la política, el amor, los problemas terrenales confrontados a los dilemas de los artistas intelectuales. La historia transcurre en el 2014, con una coyuntura política muy diferente a la del 2018, cuando se estrena la película, pero en la misma trama queda claro que muchas cosas no cambian. “Encenderé otro fósforo para seguir viendo cosas hermosas” repiten varias veces a mitad de la película cuando recreen una vez más el cuento de Andersen. Entre las posibles aproximaciones que se puedan hacer para interpretar la película, esta sin duda es una de las más poéticas. El sentido del arte, del cine, de la vida. Encender una luz para seguir viendo cosas hermosas, aunque el destino de la vendedora y del protagonista del film de Bresson finalmente sea trágico. Pero después de todo: ¿Qué destino no lo es?