¿APOCALIPSIS NOW?
Lo que nos pone en problemas no es lo que no sabemos, sino aquello que sabemos con seguridad. Mark Twain.
En el libro de cuentos Crónicas Marcianas, del reconocido escritor de ciencia ficción Ray Bradbury, sobre el final hay un relato titulado “Vendrán lluvias suaves”. Situado en un futuro agosto de 2026, comienza con la voz de un reloj que da la hora de levantarse en una casa completamente deshabitada, de una ciudad también desolada. Luego, la misma voz informa la fecha y avisa que es la hora de desayunar, mientras la tostadora, el horno y demás artefactos se encienden para preparar un desayuno a una familia que ya no existe. Entonces, la voz vuelve a avisar que es la hora de ir a trabajar. A la vez que, en la puerta de calle, el aparato que indica el tiempo informa que afuera llueve y que hay que ponerse botas. En ese momento, la puerta de un garaje se abre para que un auto, cuyo motor también se ha encendido automáticamente, salga; sin embargo, nadie se sube al mismo. Luego, la voz anuncia la hora de la limpieza y todo se pone en funcionamiento para dejar la casa impecable. Más tarde, el reloj anuncia el momento del almuerzo y la cocina vuelve a funcionar. Durante la siesta se despliega una mesa de bridge con las cartas listas para barajar; luego de la merienda, el cuarto de los niños se enciende bajo las luces de la escenografía de una selva con animales. La casa continúa cumpliendo con su programación diaria aún cuando comienza a advertir que ya no hay signos humanos habitando dentro de ella. El mecanismo no está preparado para apagarse, está construido para subsistir, pese a que ya no está al servicio de nadie. Sin embargo, algo ocurre de pronto que va a entorpecer el funcionamiento de esta normalidad inútil. Un incendio casual comienza a tragarse a la casa, a pesar de la resistencia que ésta -cumpliendo con su propia programación- pone para evitarlo. Todo se estremece, se deshace, arde, muere. Pero no ocurre de golpe, sino en forma progresiva y a medida que el fuego avanza. Así mientras las llamas se trepan por las paredes de un cuarto, en el de los niños, a donde aun no ha llegado, una voz mecánica lee una poesía para hacerlos dormir, ajena a la voz lejana que grita “¡fuego!”, así como en otros sitios, otras voces indiferentes anuncian la hora, la comida lista o el césped cortado. Al día siguiente, luego de que la casa ha sido completamente destruida y mientras las cenizas arden, una pared se erige solitaria sin haber sido alcanzada, desde allí comienza a rugir una voz que informa que un nuevo día ha comenzado.
Y uno se pregunta, ¿para quién?
Este cuento, publicado en agosto de 1955, sirve como metáfora de lo que hoy, a siete años del comienzo del siglo veintiuno, nos comienza a suceder a nosotros, los habitantes de este planeta. Somos los grandes creadores de un mecanismo que nos traga de a poco y que, probablemente, no pueda hacer mucho a la hora de tener que salvarnos. Nos hemos convertido en los sordos oídos de unas voces que hace rato que comenzaron a advertir que, en algún sitio, un incendio avanza implacable en todas las direcciones.
La verdad incómoda, el documental dirigido por Davis Guggenheim y cuyo protagonista es el célebre activista y ex candidato a la presidencia de los Estados Unidos, Al Gore, nos alerta a la vez que nos exhorta a que empecemos a ocuparnos de un problema que nos atañe a todos por igual, sin discriminación de raza, religión o territorio y sobre el que dentro de apenas una década ya no podremos disponer de los medios para remediarlo o revertirlo.
Durante casi cuarenta años, Gore se ha entregado al estudio del tema y ha llegado a conclusiones alarmantes. Luego del año 2000, en el que George Bush le arrebató de sus manos -de forma más que cuestionable- el cargo de presidente de la potencia más fuerte del planeta, Gore decidió dedicar su tiempo a recorrer el mundo para brindar una conferencia -didáctica, amena y hasta humorística- que explique el inquietante fenómeno del calentamiento global. La verdad incómoda no es más que el relato de sus conferencias estructurado alrededor de su vida personal y privada para dotarla de un viso más humanista y menos cientificista a través de la construcción de un personaje con claros tintes heroicos. Sin embargo, y pese a que esta característica de la película puede por momentos estorbar o resultar un mero elemento efectista, hay que reconocer que sirve para revestir de calidez a las frías y escalofriantes cifras, toda vez que no aplaca la gravedad del tema central.
La verdad incómoda nos muestra a través de imágenes impresionantes, tomadas desde lugares insólitos, como la cima del Himalaya o el cielo de Groenlandia, los efectos desbastadores de este cambio climático producido como consecuencia del uso que hace el hombre de tecnologías que generan una producción en exceso de dióxido de carbono que la atmósfera retiene dentro de nuestro planeta sin permitir que la atraviese y envíe parte de ese calor al espacio. Este efecto invernadero, que en principio y dentro de los valores normales es lo que permite que tengamos un clima habitable, se ha acentuado considerablemente en los últimos tiempos, lo que ha producido los diez años más calurosos de los que tenemos constancia en los últimos catorce. Y como consecuencia de ello: el aumento de la temperatura de los mares con mayor producción de huracanes y tormentas tropicales, el derretimiento de los glaciares y de los continentes blancos, la evolución de las lluvias que provocan inundaciones y sequías, que a su vez provocan epidemias, especies que se extinguen, etc. Un panorama tan desbastador, cuya proyección indica que, de no producirse cambios que lo frenen, el aumento del caudal de los mares provocará en menos de cincuenta años la desaparición de una vasta superficie del planeta y de toda su población.
Si bien Al Gore ofrece pruebas fehacientes del fenómeno a través de láminas, gráficos e imágenes, también nos informa de las voces que desconfían de este apocalíptico horizonte alegando que en algún otro momento de la Historia hubo calentamientos semejantes (en la Edad Media), pero sus argumentos demuestran que la intensidad y celeridad del actual no conoce antecedentes. Todos nosotros somos -a diario- absortos testigos de ello. Pero aun pese a este panorama desalentador, La verdad incomoda nos incita a emprender acciones claras y efectivas en nuestra vida diaria para detener el proceso, a través de propuestas tales como la utilización moderada de la electricidad, el uso de medios de transporte alternativos, el consumo de autos más eficientes, la explotación de tecnología renovable y, claro, la puesta en marcha de métodos de captura y separación del dióxido de carbono. Y fuera de estas acciones directas, otras de carácter político, como presionar a los gobiernos de los países que aun no han ratificado o que declinaron la firma del Protocolo o Tratado de Kyoto -entre ellos Estados Unidos y Australia- para que lo ratifiquen y asuman el compromiso de instrumentar políticas internas para reducir la emisión de los gases que producen el efecto invernadero de forma indiscriminada.
En Crónicas marcianas, Ray Bradbury supo poner en clave de elegía su visión ensombrecida de un mundo que agonizaba y de una conquista despiadada de otro (Marte) por las mismas manos implacables. Allá por los principios de los años 80, cuando el libro despertó mi interés, esas crónicas todavía estaban más cerca de la ficción que de la ciencia. Hoy, a la luz de los hechos y de la incómoda verdad que en esta película se denuncia, no son más que una profecía cierta. A pocos días de que la noticia del descubrimiento de un planeta con condiciones de habitabilidad para la vida humana fuera del sistema solar recorriera todos los medios de información, cabe la alta probabilidad de imaginarlas cumplidas. Aun nos restan dos opciones: ponernos en movimiento para revertir este acelerado proceso de autodestrucción que hemos echado a andar o quedarnos a esperar, impasibles, a que lleguen las “lluvias suaves” que como ya sabemos no lograrán salvar a nadie cuando el fuego se extienda sobre nuestro único hogar.