OTRA HISTORIA DE TOKYO
Quien no haya visto o desconozca la existencia de Historia de Tokyo (Tokyo Monogatari, 1953), dirigida por Yasujiro Ozu, no tendrá problema alguno en entender y disfrutar de Las flores del cerezo, de Doris Dörrie. Para quienes sí conocen la obra maestra del cineasta japonés, la película produce el disfrute extra de poder observar la recreación de aquel maravilloso universo, de sus personajes y, fundamentalmente, de sus temas. En aquella película una pareja de ancianos viajaba a Tokyo para visitar a sus hijos y se encontraba con la indiferencia de ellos y la sensación de haberse convertido en una molestia. La historia finalmente terminaba con que la mujer moría, luego de un viaje agotador a un balneario. Doris Dörrie, la directora de Nadie me quiere y ¿Soy linda? no copia la inimitable puesta en escena de Ozu, pero sí las situaciones, las sensaciones y hasta la nuera -en este caso, pareja de su hija-, que es la única que respeta y conecta con la pareja de ancianos. Queda claro que con este fino trabajo de intertextualidad, Dörrie consigue demostrar que en el Japón de la década del 50 y en la Alemania del siglo XXI, hay situaciones comunes, y que, a partir de eso, se puede mostrar cuan parecidos son los vínculos entre padres e hijos en todos los tiempos y lugares. La segunda mitad del film, con una inesperada vuelta de tuerca, transcurre en Tokyo. No deja de ser una muy bella idea la de conversar con un clásico japonés durante la parte que transcurre en Alemania para luego crear una historia completamente nueva cuando se viaja a la ciudad origen de aquel film. Donde terminaba Historia de Tokyo, las preguntas que surgen a partir de la viudez, empieza esa segunda parte, en la que el viaje a aquella ciudad no es ya un mero homenaje a otro film, sino a la persona, a la pareja, que ya no está. Dörrie conserva la melancolía del film original y aporta, como siempre, su propio tono agridulce y su intensa emotividad, ya demostrada a lo largo de su filmografía. La directora explora los vínculos de la familia, pero más aun, los de la pareja. En la segunda parte del film queda claro que el viaje solitario que realiza el padre es la extensión de ese vínculo de pareja y, sobre todo, el descubrimiento de la personalidad de aquella mujer que eligió el camino de a dos en detrimento del individual. Juntos, entonces, el viudo buscará completar el viaje en una anunciada despedida que desea hacer con su mujer. Historia de amor y muerte, como muchos de los films de Doris Dörrie, Las flores del cerezo habla, tal como lo hacen los films de Ozu, sobre el tiempo, sobre los ciclos de la vida y sobre lo efímero de la existencia.