Esta nota cuenta elementos de los primeros minutos de la película donde hay vueltas de tuerca y sorpresas importantes. Queda el lector advertido.
Dos jóvenes que trabajan de valet parking en un restaurant tienen un sistema para robar las casas de los incautos clientes mientras cenan. Se turnan en esta tarea, yendo uno a robar y el otro quedándose en la puerta del local, estudiando que no terminen de comer las víctimas. Pero cuando Sean entre a la casa de un solitario cliente de clase alta se encontrará con una sorpresa. En mitad del robo descubre que el dueño de casa tiene atrapada a una mujer amordazada y atada y un cuarto preparado para asesinarla. No parece su primera víctima tampoco. Tiene que decidir entonces si intenta rescatarla o llamar a la policía o volver al restaurant para no ser descubierto.
El comienzo de la película es impactante y funciona a la perfección. Pero las películas no son buenas si no logran sostener sus premisas hasta el final. Con todos los trucos que nos enseñaron las películas de Alfred Hitchcock y todos sus seguidores, Latidos en la oscuridad (Bad Samaritan)logra mantenernos en vilo durante un tiempo, se lanza a vueltas de tuerca poco tímidas y construye la idea de la pesadilla del protagonista de forma efectiva. El asesino tiene un plan que supera al joven ampliamente y no parece haber salida posible. Seguramente no la hay y por eso una vez que la película se juega hacia el exceso ya no tiene manera de sostener el aumento de tensión hasta el final. Todos los últimos minutos son la pereza que hemos observado cientos de veces. Tal vez un espectador sin mucho cine encima pueda disfrutar más de los lugares comunes aun no agotados para él, pero quien conozca esta clase de guiones se verá decepcionado en el último tercio de película. No es que todo este mal tampoco, simplemente no hay nada nuevo ni particularmente brillante en esta película de Dean Devlin, guionista de películas malas y menos sofisticadas que su segundo largometraje como director.