Lightyear se presenta, a todas luces, como una manera de explotar la demolida franquicia de Toy Story, nacida en 1995. La película dirigida por John Lasseter, nacimiento de los largometrajes de Pixar, marcó un antes y un después en la historia del cine de animación, generando dos secuelas más que dignas y una última que apenas con los justo se salva del bochorno. Esta nueva ramificación con aires de precuela tenía todo para perder, excepto dinero, por lo cual no les importó nada y siguieron adelante.
El resultado es prolijo y convencional. Lo que vemos es la película favorita de Andy, el niño que tenía el juguete de Buzz Lightyear en Toy Story. Tanto le había gustado la película que quiso tener el juguete. Todo el encanto de aquel largometraje acá se deshace en una película de aventuras y ciencia ficción para entretener con lo justo y dejar sabor a poco al final de la historia. Citas y referencias a Toy Story, un simpático gato que funciona como alivio cómico y una historia de amistad y sacrificio que intenta copiar la emoción de otros films de Pixar sin conseguirlo.
Cuando veía Toy Story sentía que había algo real, profundo, conectado con la experiencia humana a pesar de que todos eran juguetes. Acá no existe ni por asomo un elemento humano. La historia cobra ritmo y luego lo pierde, es anticlimática en su estructura y juega con una modernidad que no le queda cómica en su condición de relato clásico con un poco de naftalina. Si todo sale bien, pronto tendremos Lightyear 2 o la película de Woody, lo que los estudios de mercados indiquen más prometedor para la taquilla.