Morán (Daniel Elías) es un trabajador bancario de la ciudad de Buenos Aires que roba de la entidad donde trabaja 650.000 dólares. Consumado el robo, le propone un trato a su compañero de trabajo Román (Esteban Bigliardi) esconder este dinero durante tres años y medio y luego dividirse el botín cuando salga de la cárcel. No se trata de una cifra superlativa, sólo lo que ganaría durante el resto de su vida en el banco. Él cree que es mejor pasar esos tres años y medio tras las rejas que veinticinco en un trabajo que odias. Esta idea recuerda a varias historias anteriores, pero para todos los que conocen el cine argentino es una referencia a uno de sus máximos clásicos: Apenas un delincuente (1949) de Hugo Fregonese. Desde el título, el realizador Rodrigo Moreno reconoce la conexión y ha hecho público que ese fue el origen. El protagonista del clásico, interpretado por Jorge Salcedo, se llamaba Morán. Sin embargo, las películas toman direcciones diferentes. Mientras que el film de 1949 juega entre el crepúsculo del cine de gángsters y el policial negro, acá la película parte de algunos conceptos del género pero luego decide tomar otros rumbos.
Y esos otros rumbos que toma, que por supuesto no son un error, sino el corazón de la película, tienen menos interés. Desde el comienzo plantea una discusión acerca del sistema, el dinero y la libertad, pero al comienzo este resulta entretenido e interesante, lleno de ideas que justifican el intencional tono moroso de algunos momentos. Luego tiene menos efectividad para mostrarnos la libertad. Tal vez sea su intención, pero la película no gana en drama ni interés. Al comienzo todo es más claro, nos convence de la monotonía y la opresión en la cual viven las personas (los bancarios, no los cineastas, que también aparecen en la trama) para luego presentar una vida alternativa. Morán y Román están destinados a ir por el mismo camino, sus nombres lo indican. No será este el único anagrama en la película, los personajes parecen intercambiables. Las rejas del banco y las rejas de la cárcel, claramente son simetrías intencionales. Qué el jefe del banco y el mafioso preso que presiona a Morán, sean interpretados por el mismo actor (Germán De Silva) es un subrayado efectivo. Si no fuera el mismo actor, quedaría claro que se trata de los personajes con poder.
El robo de estos dos hombres no pone en crisis al sistema en lo monetario. De hecho el robo es encubierto para no generar problemas hacia afuera y con los clientes. Se inicia una investigación pero incluso llegando a un resultado este no termina con una acusación sino con un hostigamiento a Román. Presionarlo hasta expulsarlo, hasta que se vaya, hasta que deje de ser una piedra en el zapato donde el resto parece funcionar sin mayores problemas. Ambos personajes centrales son definidos como “Un pobre tipo y un demente” por Norma (Margarita Molfino) la mujer cuyo nombre también es un anagrama y de la cuál ambos se enamoran. Una vez más, la película es más atrapante en la teoría que en la práctica, porque la morosidad se va sintiendo ya no como una característica sino como un defecto. Aparecen varias referencias discutibles, empezando por El dinero (1983) la última película de Robert Bresson. Siempre sirve marcar un árbol genealógico en una película, pero el riesgo de meter en la conversación una película extraordinaria de uno de los maestros más grandes que ha dado la historia del cine. El dinero produce una tragedia al final de una serie de encadenamientos, mientras que acá se produce una liberación distinta. Al final de cuentas no es en Los delincuentes el robo el verdadero tema y tampoco lo termina siendo el dinero. Suena Pappo´s Blues en un disco que aparece físicamente en la trama y la canción Adónde está la libertad parece resumir finalmente todas las búsquedas del director y de los personajes.