Los despiadados se centra en la vida de un chico rebelde, Santo Russo (Riccardo Scamarcio), un calabrés criado en el interior del país y que desde joven tiene la clara intención de introducirse en el mundo de la mafia en Milán, la que vive una época de oro en plenos 80. Carga con la mala fama de su padre y su origen calabrés, aunque no está avergonzando de esto último. A lo largo de los años veremos cómo cambia no solo su vida sino también la sociedad a su alrededor.
La película es efectiva y prolija, casi un manual del cine de gángsters norteamericano. Desde los clásicos de la década del treinta a los fácilmente reconocibles Scarface (1983) y aún más Buenos muchachos (1990). Los despiadados sigue paso a paso todas las reglas del género a punto tal que se puede adivinar todo lo que pasará en la escena siguiente. Sin la sofisticación visual de Brian De Palma ni el talento de Martin Scorsese, la película queda limitada a ese ejercicio impecable pero sin corazón y a una reconstrucción de época entretenida y llamativa.
Es muy difícil sentir algún tipo de empatía por el protagonista. Asesino violento, ladrón, infiel, traicionero y sin una vuelta de tuerca seductora, al menos para el espectador. Las peores escenas están al final, donde la película no logra resolver con eficacia todas las puertas que abre. Aun así, con todos sus defectos, Los despiadados es muy entretenida y sirve como un repaso de las películas de mafiosos. El casting de la película es, además, irreprochable.