FUIMOS LOS SACRIFICADOS
“Hemos visto y deseado el bien que no éramos capaces de llevar a cabo
, hemos hecho el mal que aborrecíamos”
Robert Louis Stevenson
La Historia está construida de pequeñas piezas que conforman un todo, en ella siempre se destacan los eventos más resonantes. Detrás de la construcción de una sociedad, detrás de la ley, detrás de las noticias, detrás de las instituciones, están las personas, que son -justamente- las que sostienen y arman todo este gran universo. Los cineastas se han debatido, a lo largo de la historia del cine, entre contar la inconmensurable historia de las grandes ideas y los grandes eventos, o explorar el interior y la profundidad de la mente y el espíritu del ser humano. Individuos y sociedad no tienen -necesariamente- que ser retratados por separado y, de hecho, casi nunca lo son, sin embargo, muchos cineastas inclinan la balanza en una u otra dirección. De esta forma, un individuo se vuelve sólo una pieza del discurso que el director posee sobre el mundo o el mundo se vuelve sólo el contexto en donde se desarrolla el conflicto interior de un personaje. Esta tensión, a la que pocos artistas han sido ajenos en la historia del cine, encuentra el mayor punto de interés en Los infiltrados, ya sea para destacar las virtudes del film como para establecer los caminos que la película decide no tomar y sus consecuencias en la lectura del resultado final.
El hombre que amaba a los mafiosos
Así como en la pintura hubo artistas obsesionados con las bailarinas, otros lo estuvieron con los hombres de mar, algunos con la nobleza y otros con la clase trabajadora; en el mundo del cine, los directores hallan también en ciertos universos el punto de partida para crear sus historias. Esto debe ser tenido en cuenta para no tomar literalmente el uso de los mismos, sino sólo como una herramienta que sirve para hablar de algo más. Al mismo tiempo -y aquí retomamos nuevamente la idea de tensión y dualidad de toda obra de arte- elegir un universo y no otro está dando a conocer mucho acerca del realizador. A lo largo de más de 30 años, Martin Scorsese ha retratado mundos violentos relacionados con los gángsteres, desde pequeños prepotentes de barrio hasta gángsteres de alta categoría. El cine de gángsteres fue un género que halló su esplendor junto con La ley seca, y fue, durante toda la década del 30, objeto de veneración y repulsión a la vez, tan amado por el público como perseguido por la censura. Entre sus características se destacan: el retrato de una sociedad corrupta y de doble moral, el ascenso veloz y la caída abrupta de sus personajes, la traición, la lucha de poder dentro y fuera del grupo, la violencia, la ambigua seducción que ese mundo ejerce en ciertas personas y el paradójico prestigio que genera como producto del miedo y la consecuente valentía que demandan. Otros cineastas, también, han retratado este mismo mundo hostil, aunque con diferentes características. Algunas veces como una denuncia contra una sociedad cuyos valores han sido alterados; otras, como un alegato contra la injusticia que provocan las leyes absurdas. Fue en gran parte debido a la censura que todas las primeras películas del género terminaban con el castigo del criminal. Los tiempos, claramente, cambiaron y ya no existe esa certeza en los modernos films de gángsteres. Scorsese elige, en Los infiltrados, tomar a los gángsteres como una metáfora de la sociedad, así como reflexionar acerca de la naturaleza del mal. Dos ideas ambiciosas, sin duda, que van a generar mayor riqueza y complejidad a la hora de balancear la historia.
Contracara
Los infiltrados es la historia de un gángster, Colin Sullivan (Matt Damon), infiltrado en el mundo de la policía, y de un policía, Billy Costigan, (Leonardo Di Caprio) infiltrado en el mundo de los gángsteres. La acción transcurre en Boston y no en la habitual New York de los films de Scorsese. No se trata de un film de género puro, ya que el cuerpo policial posee el mismo peso que los delincuentes y, al encontrarse ambos infiltrados, se genera -por momentos- un juego de espejos nada inocente. Aun así, si se presta atención, es un film bastante poco crítico de la policía, ya que lo peor está puesto en el policía infiltrado y no en el resto de la fuerza. Ambos grupos saben que han sido infiltrados y, sin duda, gran parte del suspenso está dado por el juego de descubrir y, a la vez, no ser descubiertos. Asimismo, los dos personajes infiltrados poseen sendos “padres” que los cuidan y que conocen su verdadera identidad. En el caso de Colin, su protector es el mafioso más peligroso y el objetivo máximo de la policía, Frank Costello (Jack Nicholson), en el caso del policía, el honesto colega Oliver Queenan (Martin Sheen). Y así como los protagonistas son figuras opuestas, sus “padres” también lo son, ambos representan dos versiones distintas de la figura paterna, asimismo, ambos han soltado a sus hijos en territorio enemigo. Alrededor de estos personajes gira la historia que, como dijimos, es un retrato de la sociedad y de la naturaleza del mal. Sin embargo, al contraponer lo antedicho a la historia de los dos infiltrados queda claro que la película posee dos líneas y que, en algún momento, debe optar. Y Scorsese opta por la más general, la gigantesca, la ambiciosa a primera vista, y si bien esto no implica que se anule la otra, lo cierto es que le resta consistencia a la hora de la reflexión final. Sin perjuicio de respetar la forma en que Scorsese tomas las decisiones en el film, es interesante remarcar que hay una pista importante de cómo habría sido el film de haberse alejado de los grandes temas de la historia para instalarse dentro del mundo interior de los personajes.
Había una vez en Hong Kong
Los infiltrados es una remake de un éxito del cine de Hong Kong llamado Asuntos infernales -editado en DVD en Argentina y fácil de conseguir- del cual se hicieron dos secuelas. Y si bien las comparaciones son odiosas, sirven, sin embargo, para mostrar los universos que cada país y cada director puede ofrecer. La historia es -básicamente- la misma, el film de Hong Kong está protagonizado por Andy Lau como el mafioso infiltrado en la policía y Tony Leung como el policía infiltrado en la mafia. Aquí el tono es distinto, pues el centro de la trama está determinado por el destino de estos personajes que deben vivir ocultando quiénes son. Morir es su destino trágico, sólo superado por la condena de tener que seguir viviendo oculto. Con una melancolía bien al estilo oriental y un sentimentalismo que sólo el cine de esos países se puede permitir, Asuntos infernales se convierte en un film de una tristeza que cala hondo y que excede su estética de film de acción. No hay duda de que Martin Scorsese es un cineasta influyente en todo el mundo, así como tampoco se ignora el hecho de que el cine de acción oriental ha influenciado a muchos cineastas norteamericanos, Scorsese incluido. A pesar del clasicismo narrativo que poseen ambos films, sin duda, apuestan a un montaje disruptivo, que quiebra el montaje invisible y que llama la atención sobre la puesta en escena. Planos cortos, movimientos de cámara llamativos y cámaras lentas con una fuerte musicalización en primer plano le otorgan a ambos films una impronta contemporánea, hasta juvenil, pero sólo en la superficie. Asuntos infernales musicaliza con temas más naïfs y Los infiltrados apuesta a una suma de canciones espectaculares. Lo que apresuradamente los críticos llamarían estética de videoclip, no es otra cosa que la actualización de la secuencia de montaje, un recurso nacido y desarrollado a lo largo de la historia del cine de gángsteres como en ningún otro género. En eso, ambas películas responden a la tradición del género. Sin embargo, existe entre las dos películas una diferencia sustancial: Scorsese deja de lado a sus dos personajes infiltrados, algo que Asuntos infernales no hace en ningún momento. Quedará para analizar en el futuro cómo Scorsese fusiona tantos personajes femeninos, generando que de tres papeles claves se pase a sólo uno. Es bien sabido que el fuerte de Scorsese nunca han sido las mujeres. Si educación católica también, por momentos, parece decir que ciertas conductas sexuales (las de Costello) acercan más al mal al personaje que todos lo crímenes por él cometidos, una idea molesta y un tanto pueril que se deja ver en el argumento de Los infiltrados.
La pequeñez de la grandeza
Los personajes de Martin Scorsese han ido evolucionando a lo largo de sus películas y de los años, aunque persiste en todas las historias la figura del personaje solitario que vive al margen y que, en algunos casos, apenas parece tener contacto con la realidad. Desde su famosísima Taxi Driver hasta El Aviador, los personajes de sus films se caracterizaron siempre por ser hombres solos, silenciosos y que parecen ocultar algo, muchos de ellos son versiones de Judas. De hecho, cuando Scorsese retrata a Jesús en La última tentación de Cristo lo muestra así, inmerso en la mayor soledad posible, a diferencia del retrato que hace de Judas, al que le insufla mucha fuerza y pasión. El papel del traidor es algo que -evidentemente- le obsesiona al realizador. El protagonista de Buenos muchachos es alguien que termina traicionando a todos; el de Pandillas de Nueva York es un infiltrado cuya única verdadera finalidad consiste en vengar a su padre. Sus últimas dos películas, Pandillas de Nueva York y El aviador, son, justamente, aquellas que han recibido las críticas más duras contra Scorsese. En la mayoría de los casos, sus detractores decían que su estilo había perdido personalidad y sus universos habían dejado de ser auténticos. Y, aunque esto fuera muy discutible, está claro que Scorsese estaba buscando algo nuevo, el deseo de pasar a otro nivel. Con Los infiltrados parece, finalmente, alcanzar ese nuevo estadío de su filmografía, ya que logra combinar estos universos de personajes solitarios y aislados de la realidad circundante (en este caso porque nadie sabe quiénes son) con una mirada muy ambiciosa sobre la sociedad toda. Esa ambición sola no lograba tan buenos resultados y los personajes solitarios parecían ir cercando los horizontes del realizador. Así que al sumar ambas partes y retornar al mundo del crimen, Scorsese consigue una obra sorprendente, llena de fuerza, pasión, emoción e ideas sobre el mundo y las personas. Sonará excesivamente puntilloso, quizás, afirmar que el último plano del film inclina la balanza hacia su costado menos sutil y realiza un subrayado un tanto grueso, pero no todos los films pueden ser perfectos y Scorsese, que parece haber encontrado ya muchas de las respuestas a sus preguntas como realizador, aun está en el camino. La tensión de las partes produce, como nunca antes, un resultado realmente bueno. El poder, la política, las instituciones, tal vez, la sociedad toda, son universos corruptos y llenos de traiciones, pero detrás de eso están estos personajes silenciosos, ahogados por los manejos y las vueltas de ese mismo poder. Las pequeñas piezas de un engranaje, tan importantes en un momento como prescindibles instantes después. Detrás de los grandes hechos de la Historia están las personas, cuya identidad, esencia y corazón, muchas veces, es un misterio insondable, un entramado mil veces más complejo y sutil que la sociedad misma. Curiosamente, el retrato de toda una sociedad termina siendo una mirada más pequeña que aquella que se logra al observar al ser humano en solitario. Y la pregunta sobre la naturaleza del Bien y del Mal no posee tanta riqueza como la que ofrece la simple idea de que ambas naturalezas son una, dos ejércitos en una batalla sinfín que se libra dentro de las personas. Scorsese se balancea entre ambos mundos, entre las tensiones sociales e individuales, entre la fascinación del Mal y la claridad del Bien. Ha permitido que sus personajes entren al universo, se mezclen, actúen, porque se ha dado cuenta que aun así, siguen siendo criaturas solitarias. Parece que el director se ha dado cuenta que aquellos personajes que eran todo para él, no lo son para el mundo. La amargura del film consiste en eso, en que ya no están destinados a ser antihéroes conocidos como en Taxi Driver o El rey de la comedia, ni genios incomprendidos pero recordados como en El aviador. No, ahora el océano de la historia se los traga en un instante sin que quede rastro alguno de ellos. La última dualidad, la tensión final es que sí ha quedado un rastro: esta película.