En un país roto como Argentina, donde en la vida cotidiana hay que ver la impunidad de todo tipo de criminales, ver un documental como Los ladrones: la verdadera historia del robo del siglo es un desafío para la paciencia del espectador. Desde el primer minuto hay que ver la cara imposible del perpetrador del robo del Banco Río, actuando como una estrella de televisión, tratando de explicar lo inexplicable, poniéndole filosofía barata a un actor criminal, un robo. La pedantería de este personaje, pero en particular la catarata de tonterías que dice predispone mal a cualquiera que quiera ver un documental serio sobre el tema. Un robo de características inusuales, tanto así que se hizo un largometraje de ficción sobre el tema, que es aplastado por un realizador que prefiere hacer una forma de apología de los personajes siniestros que retrata. En una ficción es aceptable, en un documental muestra falta de criterio y frivolidad. El famoso cartel que dejaron los delincuentes los pintaba de cuerpo entero y también lo hace con este documental.
Darle prioridad a ese show megalómano le quita todo el interés a una historia que podría ser apasionante por su complejo y efectivo plan. Quien no conozca la historia no terminará de entender muchos detalles, prueba de que el director apostó más al efectismo que a la precisión. Le presta más atención al lado payasesco que al trabajo en sí, toda una declaración de principios. Si quedaba alguna duda, el final confirma lo sospechado. Los realizadores de la película tienen la idea del festejo y no del análisis de los eventos. Incluso dejando de lado su inmoralidad, se trata de un documental mal narrado, que desaprovecha el tema y se suma a la pobre producción de Netflix Argentina en materia de adaptación de casos de la vida real. Nada que valga la pena ver.