La película trata de un sacerdote católico que realiza exorcismos. En uno de sus trabajos las cosas salen mal y el saldo es una niña muerta y una familia destrozada. A partir de allí entra en crisis, sin saber si colgar los hábitos o perderse en los confines del mundo como misionero. Pero su propia familia comienza a sufrir el acecho de una entidad maligna, un espíritu que puede ocupar el cuerpo de los distintos integrantes. Entonces el cura deberá ir a salvarlos, porque nadie sabe más que él sobre exorcismos.
Lo más sorprendente que tiene la película es el salirse de los lugares comunes que posee el cine asiático de terror y llevarlo a un estilo más occidental. Sin perder por eso identidad, podría decirse que combina lo mejor de ambos mundos y con eso gana una primera batalla. Después no siempre podrá aportar originalidad y la extensión del largometraje le juego un poco en contra. Pero una vez más, aquí demuestra que no es uno de esos films adocenados de terror que apenas si pueden llegar a muy alargados ochenta y cinco minutos. Sin aportar más que eso, la película cumple con dignidad con su cometido. Lejos de una obra maestra, pero con un esfuerzo genuino por contar una historia diferente. Y el protagonista es un gran actor, además.