Lost in La Mancha es un documental que explica muy bien el proceso creativo de una película. Al menos de una clase de película. Cuando uno cree que un director como Terry Gilliam no se mete en proyectos inestables, emparchados y a los tumbos, se equivoca completamente. Ver Lost in La Mancha (2002) pasó de ser un backstage de El hombre que mató a Don Quijote a convertirse en la crónica de un rodaje que no logra llegar a su fin.
La película se rodó en el año 2000, siguiendo los tropiezos de la producción. Muchas cosas son conocidas dentro del mundo del cine, pero para otras personas tal vez sea una sorpresa ver como se ajustan las agendas de los actores, como se eligen actores secundarios e incluso los motivos por los cuales se filma una escena de una manera y no de otra. También aquí se ve que la mala suerte forma parte del camino. Jean Roquefort, por ejemplo, termina con una lesión que lo deja fuera del rodaje. La plata se termina, las locaciones tienen problemas inesperados, como una base de aviones de la OTAN que impide grabar sonido directo en un paisaje abierto y así todo.
También se nota lo pobre que es una producción aunque luego la película se vea bien. También es asombroso que Johnny Depp, que a esa altura era una gran estrella. Es cierto que lo unía una gran amistad con el director y habla bien de él estar presente, pero que raro es ver a un actor de esa cotización en los espacios tan endebles de este rodaje. También produce mucha vergüenza ajena ver a Gilliam hablando sobre la película y en las reuniones. Pero nadie juzga un film sino por los resultados. Sí Orson Welles filmaba así, entonces cualquier director puede terminar en producciones así cuando su deseo es filmar a cualquier precio. El genio de Orson Welles no pudo terminar su Don Quijote, pero el demente de Terry Gilliam logró hacerlo casi veinte años más tarde, con otro elenco, pero con las mismas ideas. De esa tenacidad está hecha también la historia del cine y Gilliam, más allá del resultado, ganó esa batalla.