“¿Qué puedes decir de una chica de veinticinco años que murió? ¿Que era hermosa y brillante? ¿Que amaba a Mozart, Bach, los Beatles y a mí?” dice la voz en off de Oliver (Ryan O´Neal) mientras lo vemos de lejos sentado en unas gradas en medio del Central Park nevado. La tristeza de ese comienzo avisa y no posterga más la angustia de saber cómo termina la historia de amor que cuenta Love Story (1970). Ni siquiera tiene títulos al comienzo, el golpe al corazón es certero y honesto, sin vueltas. Así empieza una de las cumbres del cine romántico de todos los tiempos y uno de los films más exitosos que dio el género. Fue la película más taquillera de 1970 y cuando dos años más tarde se estrenó en televisión fue la película con mayor audiencia en Estados Unidos en toda la historia. Cincuenta años pasaron desde su estreno y hoy es un buen momento para verla nuevamente, más allá de su fama, su música ganadora del Oscar convertida ya en clásico, sus frases devenidas en lugares comunes y su pareja protagónica inolvidable.
Love Story es una película con una narración inusualmente veloz y económica para 1970. En aquel momento el cine industrial había perdido el ritmo de las décadas anteriores y cada escena y situación tenía un prólogo largo que le agregaba minutos a la historia. Pero acá no ocurre esto. El comienzo es tan impactante que ya no es necesario más. Jenny (Ali MacGraw) y Oliver se conocen en la biblioteca cuando él va a sacar un libro y ella trabaja allí. Se produce un diálogo chispeante, a pura seducción y el romance arranca a toda velocidad pero de forma creíble y convincente. Los vemos enamorados, la química es total y la película los acompaña con escenas breves y efectivas.
La música de Francis Lai es el anuncio de la tristeza que tiñe todo el relato, y aun así, incluso luego de haber pasado cincuenta años y el mencionado comienzo, nos sentimos felices por la felicidad de ambos y momentáneamente olvidamos que la tragedia que se cierne sobre la joven pareja. Observamos como pelean por abrirse paso, como él, hijo de una familia rica, renuncia a todo por amor y pelea día a día para salir adelante. La película es visualmente juvenil aun dentro de su clasicismo. Tiene ritmo, es inusualmente entretenida, tiene humor y se pasa volando. Casi se podría decir que, como el tiempo que Jenny y Oliver están juntos, todo pasa demasiado rápido, todo se escapa entre nuestros dedos y termina muy pronto.
Luego de escribir el guión de la película, el guionista convirtió a Love Story en novela y salió junto con la película. Fue un bestseller instantáneo. La película arrasó con los Premios Globo de Oro pero en los Oscars solo ganó mejor música. El tema principal también se vendió en cifras récords y tuvo muchas versiones, incluso con letra, en muchos idiomas. El padre de Oliver lo interpretó Ray Milland, legendario actor del Hollywood clásico. El padre de Jenny lo interpretó John Marley, famoso dos años más tarde por interpretar a un productor de Hollywood que le decía que no a Don Corleone en El padrino. La carrera de Ryan O´Neal y Ali MacGraw alcanzó acá su punto más alto y un joven Tommy Lee Jones interpretó a uno de los compañeros de Harvard de Oliver.
Un inteligente y funcional uso de los exteriores nevados le da a la película su tono y su estilo inconfundible. La famosa frase “Amar es nunca tener que pedir perdón”. Hoy es cursi y fue usada hasta el hartazgo, tanto que es lo único que se ve algo raro en la película. Todo lo demás se mantiene impecable, sólido, demoledor. El romanticismo de Love Story no está en sus frases, sino en la idea de que todo termina muy rápido, que la juventud que parece inagotable y la vida misma pueden finalizar en cualquier momento, en cualquier situación, sin ninguna explicación o sentido. No hay nada ni nadie que pueda consolar a Oliver. Para los espectadores queda la ilusión romántica del amor perfecto, intacto, definitivo con el que Oliver y Jenny se despiden. Ese es el espíritu romántico también. El amor cortado antes de marchitarse, antes de agotarse, pero con la idea de que no se hubiera terminado nunca si hubieran tenido la posibilidad de seguir juntos. Una vez más, la película vuelve a la nieve, a Oliver solo en un mundo frío, hostil, desconocido y abrumador. Pensar en Jenny es lo único que tiene. Allí, en ese instante empieza y termina Love Story, un merecido clásico del cine romántico que está a la altura de su popularidad y el mito que lo ha rodeado.