Lo primero que se destaca de la película Luca es algo que la convierte en una rareza. El nivel de trazo grueso estereotipado de la caracterización de los italianos ya era antiguo en la década del cincuenta, donde más o menos transcurre la historia del film. Esos mismos lugares comunes, exageraciones e incluso prejuicios nos hacen sentir que estamos en una película de aquellos años. Una foto de Marcello Mastroianni (una real), el afiche de Roman Holiday, la Vespa y todos y cada uno de los clichés posibles de los que hace uso y abuso la película conforman un saludable insulto que nos saca momentáneamente de la corrección política. Al parecer los italianos no entran en el domo de protección de la cultura woke.
Lo segundo que se destaca de la película es algo que la convierte en una más entre muchas películas de los tiempos que corren. La acción transcurre en dos lugares: un bello pueblo costero en Italia y el mundo submarino en el cual vive Luca y su gente, algo así como peces antropomórficos que se esconden de los humanos. El motivo de ese ocultamiento es que los humanos los ven como monstruos marinos peligrosos que deben ser combatidos. Los mundos se mantienen separados hasta que Luca conoce a un nuevo amigo, Alberto, y juntos entablan una amistad que muestra que ambos mundos no están tan separados como parece.
Luca es una película de iniciación, un canto a la amistad y también una historia contra los prejuicios sociales contra el diferente. No oculta la historia la posibilidad de que ese prejuicio sea la homofobia y que Luca esté saliendo del closet. Pero, aunque esa lectura es posible, el guión no es tan exacto como para decir que se trata de eso. Pixar/Disney tiene un público muy grande y estos temas los trata con mucho cuidado. No es mal cine hacer películas de varias lecturas. Hacia el final, sin embargo, un par de escenas dejan en claro que estos “monstruos marinos” han vivido su vida escondidos por el riesgo que corrían en una sociedad que los odiaba y les temía a la vez.
Luca es muy sencilla y sin vueltas. Alejada del existencialismo de algunos films recientes de Pixar. Un entretenimiento con muchos colores y una banda de sonido italiana que no desprecia tampoco ningún lugar común. La trama de la competencia es de un nivel de pereza absoluta, una excusa para mover la trama, pero sin uno ápice de originalidad. El humor funciona por momentos, pero no siempre. Los personajes son simpáticos y juegan a ser “italianos profesionales” a una nivel que parece no tener filtro. Tal vez eso esa lo más gracioso de este pequeño film de Pixar, tal vez el más pequeño de toda su historia.