Escribir sobre Mank puede parecer una tarea ardua. Un cinéfilo que se precie siente la necesidad de explicar quién es el personaje principal, Herman Mankiewicz. Pero tal vez sea excesivo porque primero debería analizar quien es Orson Welles, que tan importante es esa película llamada El Ciudadano (Citizen Kane, 1941) y recién ahí hablar de Marion Davies, Louis B. Mayer, John Houseman, William Randolph Hearst, Irving Thalberg e incluso Joseph L. Mankiewicz.
A todo esto se le podrían sumar otras historias, pero ya sería demasiado. Se trata al menos de entender que es lo que se ve en la pantalla. Sin conocer a los arriba mencionados, la película de David Fincher tiene aún menos interés del que por sí misma despierta. Hay que dejar de lado la tentación, porque aunque el guión de la película tiene varios años, David Fincher se las ingenia para hacer una película absolutamente coyuntural con unos apuntes políticos que deberían figurar en la historia grande de los papelones cinematográficos. Fincher, como demasiados cineastas norteamericanos actuales, cree que hay que bajar línea, insultar a todos aquellos que no piensan como ellos y autodenominarse personas brillantes en un mundo horrible. Si es tan horrible, yo pregunto: ¿Por qué no se dedican a otra cosa? Digo, no es obligatorio hacer cine, no es la única profesión del mundo.
Cuando el mundo renunció al blanco y negro, los cineastas que retomaron ese recurso lo hicieron sabiendo que perdían taquilla pero respondían a una necesita imperiosa de contar una historia de esa forma. Peter Bogdanovich filmó The Last Picture Show (1970) y Paper Moon (1973) en un blanco y negro extraordinario, con encuadres y aires del cine de Hollywood clásico. Los hermanos Coen hicieron The Man Who Wasn’t There (2001) llevando el esteticismo más allá de la nostalgia, exagerando la estética de las décadas anteriores. Dos ejemplos entre muchos posibles. David Fincher hace un pastiche sin colores más que un film en blanco y negro. Un canto de odio al cine como pocas veces se ha visto. Los chistes con referencias no lo vuelven más simpático, lo vuelven más cínico, como a Robert Altman en esa abominación llamada The Player (1993).
Herman Mankiewicz, apodado Mank, es un guionista alcohólico que se recupera de un accidente de auto. Le encargan el guión de la ópera prima de Orson Welles, niño prodigio de la radio y el teatro que tiene luz verde para hacer lo que quiera y con quien quiera. John Houseman es el nexo entre ambos hombres. En el medio Mank explota su amistad con la actriz Marion Davies, la mujer del poderoso magnate de los medios William Randolph Hearst, quien tiene intereses también en la industria del cine. Mank juega con fuego y escribe un guión que puede enojar a todos y costarle la carrera, al mismo tiempo que tal vez sea su mejor guión.
La película intenta recuperar su valor como responsable de Citizen Kane, pero se desvía en atacar a los poderosos de las películas. Juega a que el cine ocupe el rol de las redes sociales y la gente boba –según la película- termine respaldando a los candidatos y empresarios de la derecha conservadora. Todos son tontos y malos, excepto Mank y Fincher. Gracias a Netflix, nos vuelven a retar y a decirnos que los que amamos el cine somos imbéciles. Los que no votamos lo mismo que ellos, somos bobos que nos dejamos engañar. La película dedica una importante cantidad de tiempo a decir que lo que se sabe sobre esta historia está mal. Sí, la mayoría de los espectadores no conoce la historia pero Fincher nos aclara que está mal lo que se sabe. Hay un gran documental llamado The Battle Over Citizen Kane (1996) que narra de forma clara y entretenida como fue la historia. Hay un famoso debate entre Pauline Kael y Peter Bogdanovich acerca de la autoría real del film. Y está Citizen Kane (1941) que es más perdurable dentro de desolador panorama que nos presenta el cine contemporáneo.