CRÍMENES SIN PECADOS NI CASTIGOS
Dicen los que saben, que el tenis – pese a ser un deporte de por lo menos dos – es en definitiva, un juego contra uno mismo en donde a igualdad de condiciones físicas, gana siempre quien es mentalmente más fuerte y sabe aprovechar mejor los errores del contrincante. Por el contrario, se pierde cuando se deja de tener confianza en uno y se libera el espacio para el dominio del contrario. Sin embargo, y como casi todo en la vida, esto que parece tan simple y certero, se anula cuando por algún extraño motivo el determinismo cede terreno al azar. En ese momento, tal como dice la voz en off en el comienzo de Match Point (2005), es cuando es preferible tener suerte a tener talento.
De esta premisa – bastante inquietante para los jugadores inteligentes aunque muy tranquilizadora para los débiles – es desde donde Woody Allen parte para relatar la historia sobre la que versa su última película Match Point. La vida de Christ Wilton (Jonathan Rhys – Meyers) es el espacio sobre el que Allen va a demostrarnos una teoría que por supuesto tiene más de filosofía que de deporte.
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