UN AMERICANO EN PARIS
El comienzo no podría ser peor. Una larguísima y poco lucida secuencia de montaje nos muestra un sinfín de postales de la capital francesa. Como si fuera una oda rancia a la tilinguería y al cine qualité, Allen se sumerge en esos primeros minutos en lo que será, por suerte, el peor momento de la película, y al que podemos considerar como la antítesis de aquel espectacular y apasionado comienzo de Manhattan. Es curioso este arranque, pero a la vez no. Allen viene repitiendo, desde hace una década, un esquema bastante sencillo. Anuncia lo importante de la película, lo hace de forma fuerte y obvia, y luego se entrega al relato, a veces a la altura de la promesa, a veces ni por asomo y algunas otras veces, como ocurre acá, en una dirección distinta. ¿Entonces por qué ese comienzo? Porque, como en todas las variables citadas, Allen consigue así que el espectador se ocupe con algo y pueda hacer su propia película, independientemente de lo que luego el director ofrezca. Una guía, para resumirlo de forma directa. Esas postales, casi todas mediocremente filmadas, sin pasión alguna, son la forma en que Allen parece decirles a los espectadores: ¿Vinieron a ver París? ¡Tomen París! Y yo agregaría: será inútil.
Pero lejos está Allen de hacer un cine qualité, incluso más allá de esta demagogia inicial. Por el contrario, Medianoche en París es muchas cosas, pero no es qualité, ni solemne, ni grave, ni seria, ni importante. La película en todo caso es tan exagerada en sus citas, referencias y vínculos culturales que parece más un acto de sincero romanticismo nostálgico que un provocador desafío de competencia cultural. Y los films nostálgicos de Woody Allen nunca han sido demagógicos, sino que son verdaderas obras llenas de calidez y también afecto por los tiempos idos. Días de radio es el punto máximo de esa nostalgia, aunque también esté presente en otros relatos del director Asimismo, el corte fantástico de Medianoche en París la emparenta con La Rosa púrpura del Cairo, otra de las grandes películas nostálgicas de Allen. Esa nostalgia tiene acá un tono particularmente agridulce, donde el personaje tiene un espíritu romántico que lo hace idealizar un tiempo pasado.
Pero la gracia de la película no está en su mensaje transparente de declarar que todo tiempo pasado será idealizado, generación tras generación. Eso queda muy claro, se ve y es la forma en que Allen juega a dos puntas. Por un lado se declara enamorado de aquella época que el personaje idealiza (París de los años 20), pero a la vez sabe que todas las épocas sufren de la misma idealización. Con humor y sin solemnidad, pone a todos los grandes nombres de la cultura no sólo a ser simpáticas caricaturas de la imagen que de ellos tenemos, sino también a mostrarlos ridículos, enamoradizos, vulnerables, volátiles, humanos. Llenos de los defectos de cualquiera, van desfilando en las medianoches de París todos los héroes literarios, cinematográficos y plásticos que Allen tiene. El humor funciona siempre, pero más aun cuando los muestra impostados y delirantes. Las fantasías del protagonista lo sacan de un presente gris y son el material que el tendrá para entender su vida y seguir sus sueños personales. Inesperadamente parecida a Conocerás al hombre de tus sueños , Medianoche en París vuelve a traer al protagonista de un film de Allen a la postura de decidir sobre su propia vida, pateando el tablero y las convenciones. El se enamora de París, pero sobre todo retoma el rumbo de su vida. En esta historia que es una de las más inocentes, simples y placenteras películas de Woody Allen de los últimos años.