Megalópolis es como una ópera prima pero al revés. Su guionista, productor y director, Francis Ford Coppola, no quiere dejar nada afuera, pero a diferencia de los cineastas que debutan, su ansiedad no tiene que ver con narrar algo por primera vez, sino la sensación de que lo hará por última vez. El más postergado de los proyectos del realizador vio la luz luego de cuarenta años de soñarlo, planificarlo e incluso filmar algunas partes que luego fueron desechadas hasta llegar al rodaje oficial que terminó en el largometraje que llegó a las salas. Es propio de directores novatos el creer que todo lo que tienen para decir o mostrar vale la pena. No debería haberle pasado lo mismo a un director que le ha dado al cine un puñado de clásicos imprescindibles. Genio del cine, Coppola se encuentra acá cumpliendo su sueño y a la vez concretando una pesadilla. Sin control, el director juega a la vanguardia como un director joven que se inicia, pero sin la frescura ni la locura que podría salvar los errores de un largometraje lleno de fallas. Megalópolis podrá ser en la teoría una obra maestra llena de ideas y muchas de ellas se asoman en los 138 minutos que dura la película, pero en la pantalla lo que se ve es un relato confuso, mal filmado y muy mal actuado. Un caos no intencional que apenas logra dos o tres momentos estéticos aceptables. Casi todo el tiempo la imagen es fea y la narración completamente torpe. Se la puede analizar en profundidad, pero nada evitará lo evidente: Megalópolis no permite defensa alguna.
La película muestra a la ciudad de Nueva York del futuro convertida en Nueva Roma, dominada por un grupo de élite que vive como los antiguos romanos, llevando una vida hedonista y decadente, a pesar de jugar con la idea de respetar los códigos morales. El arquitecto patricio César Catilina (Adam Driver) es una de las figuras más destacadas de la Nueva Roma. Ha ganado el Premio Nobel por inventar el revolucionario material de construcción Megalón. Además, secretamente tiene la capacidad de detener el tiempo. A pesar de su éxito César ha caído en el alcoholismo. Años antes, su esposa desapareció misteriosamente y el fiscal de distrito Franklyn Cicero (Giancarlo Espósito) lo procesó por asesinarla. Aunque César fue absuelto, sigue abrumado por la culpa. César todavía piensa en su esposa, lo que lleva a su amante, la presentadora de televisión Wow Platinum (Aubrey Plaza) a dejarlo. En un evento televisado, César y el ahora alcalde Cicero ofrecen diferentes visiones para el futuro de la ciudad. César propone utilizar Megalón para construir “Megalópolis”, una comunidad urbanista utópica, mientras que Cicerón sostiene que un casino proporcionará ingresos fiscales inmediatos. Durante el evento, César conoce a Julia (Nathalie Emmanuel), la hija de Cicerón. Al principio ambos no se caen bien, pero César impresiona a Julia con su visión de Megalópolis y ella conoce la capacidad de detener el tiempo que él tiene. Ambos se acercarán poco a poco, generando un conflicto extra con el alcalde.
De Shakespeare a Metrópolis, pasando por docenas de obras literarias y películas, Megalópolis se esfuerza todo el tiempo en mostrar sus referencias e intenta vendernos una ciudad que es Roma y Nueva York al mismo tiempo, pero que no es más creíble o increíble que, por ejemplo, la saga de Los juegos del hambre. No es mala la idea, pero en la pantalla se ve todo muy mal, pero muy mal, por debajo del nivel de una película mala hecha por un desconocido. Es todo lo que conocemos a Coppola lo que nos permite interpretar y buscar más de lo que haríamos con otro director. El colmo son las actuaciones. Nathalie Emmanuel parece la única inmune a la dirección de Coppola y se cuida a sí misma actuando de forma natural, pero casi todos los demás, empezando por Adam Driver, son difíciles de soportar. Dustin Hoffman, Jon Voight, Jason Schwartzman, Giancarlo Espósito y Talia Shire todos están fuera de cualquier tono, pero Shia LaBeouf es algo que no tiene palabra humana que defina el horror de su trabajo. Aubrey Plaza, por su parte, ha decidido aislarse y vivir en su propia película, lo que ha llevado a muchos a pensar que tal vez Megalópolis sea una comedia, pero no, no lo es.
Coppola hace una película sobre la decadencia de los Estados Unidos y eso queda claro desde el plano inicial, pero sus metáforas son nulas y no puede tener el pudor de ignorar el 11 de septiembre del 2001 y el asalto al Capitolio del 2021. Mezcla todo de forma muy confusa, lo que incluso impide hacer un análisis político serio. Está claro que César representa la sensibilidad del artista y que una sociedad mejor podría desarrollarse si se siguen sus pasos. Pero en su afán de supuesta vanguardia, el director nos hunde en una serie de escenas mal ejecutadas para una película que es muy cara pero se ve muy de segunda categoría. Un esfuerzo gigantesco con resultados muy pobres.
Francis Ford Coppola se ha embarcado antes en proyectos muy difíciles y arriesgados. No hay duda de que Megalopolis es un riesgo y una apuesta honesta de un artista que ha buscado siempre una visión personal del mundo. Con Apocalypse Now (1979) y Golpe al corazón (One from the Heart, 1982) puso su propio dinero en juego sin medir las consecuencias. Le salió bien con la primera y se fundió completamente con la segunda. El desastre económico en el cual se metió lo llevó a tener proyectos limitados o con acuerdos hasta finalmente llegar a recuperar todo lo perdido. Entre Los marginados (The Outsiders, 1983) y El poder de la justicia (The Rainmaker, 1997) trabajó de esa manera, pero irónicamente en esos años hizo muchas grandes películas y luego pasado este período no volvió a hacer un largometraje bueno. Megalópolis logró al menos el ruido y el interés que no había conseguido las tres películas previas de Coppola y muchos creen que es un buen momento para agradecerle por toda su obra. Cuesta creer que Francis Ford Coppola regrese a sus mejores años, pero ver en pantalla grande la ejecución de este esperado proyecto tiene algo de interés. A Coppola, como corresponde, hay que despedirlo en el cine, porque él se lo merece.