Miénteme (2022) es una coproducción entre Argentina y Chile que pertenece al rol de comedia de enredos de pareja. Género que ha dado muchos grandes títulos y también una enorme cantidad de bodrios. El cine argentino ha sabido ir de lo sublime cuando estas comedias fueron hechas por el maestro del género Carlos Schlieper pero desde un tiempo a esta parte han sido mayormente una desgracia tras otra. De las comedias de enredos románticas hechas en Chile poco se sabía, pero gracias al streaming y algunos estrenos durante la pandemia hemos podido corroborar que dicha cinematografía también ha logrado concebir una cuantas aberraciones cinematográficas insufribles.
¿Es este bodrio argentino o chileno? La cosa está repartida, pero no hay mediador que no salve en este conflicto limítrofe, la película es más bien argentina. Esta es una comedia de infidelidades arranca con Bárbara (Florencia Peña, incluso más vulgar que de costumbre) que llega a la casa de su novio para festejarle el cumpleaños por sorpresa y lo encuentra con otro hombre. Una pareja amiga, Eva (Leonor Varela) y Matías (Lucas Akoskin) deciden presentarle a Julián (Benjamín Vicuña), un amigo del club de tenis de Matías que se presenta como un próspero empleado del Banco Mundial, aunque nada cierra en su discurso. Eva y Matías, a su vez, tienen sendas aventuras.
Pero luego de un primer tercio difícil de aguantar, la película logra encontrar un rumbo. El guionista y director Sebastián Schindel es el responsable de lo bueno y lo malo de la historia. Ver su nombre en algo así es raro, aunque su carrera hace rato que se volvió impersonal. El director empezó haciendo documentales, luego pasó a la ficción con empezó en el terreno documental – Rerum Novarum (2001) y Mundo Alas (2009) y El rascacielos latino (2012)- y luego se pasó a la ficción con El patrón: Radiografía de un crimen (2013) y El hijo (2019). Luego hizo para Netflix Crímenes de familia (2020) y La ira de Dios (2022), dos películas que no demostraban identidad alguna de autor. Pero acá se pasa al terreno de la comedia forzada, aquella en la que cada chiste, cada situación, cada diálogo, todo es artificial, falso, tonto, terriblemente forzado. El plano final, sin ir más lejos, con esa cámara que se eleva mientras un grupo de extras atontados se mueven en lo que se supone es un festejo, es la prueba de un cine que quiere ser de género pero no logra tener el encanto y la efectividad necesaria.
Lo más rescatable, como lo mencionamos, es toda la parte de la película donde Eva y Matías salen de pesquisa en lo que podría haber sido una gran comedia de rematrimonio. Pero son tan malos actores que no hay forma de engancharse con ellos. Es una experiencia muy triste ver cine de género tercermundista que busca taquilla pero no tiene la más remota idea de cómo se hacen ese tipo de películas. Para esto es mejor ver una película norteamericana.