David Lynch cuenta siempre una anécdota sobre uno de los momentos más importantes de su carrera. Mel Brooks, famoso director de comedias, estaba buscando director para El hombre elefante película que estaba produciendo. Alguien le sugirió el nombre de un joven director, David Lynch, que solo había dirigido un largometraje, Eraserhead (1977). Le armaron una función exclusiva para Brooks y David Lynch esperó afuera. Cuando la película terminó, Mel Brooks salió de la sala abriendo las puertas de par en par, lo miró a David Lynch y le dijo, antes de abrazarlo: ¡Estás completamente loco, te amo, estás contratado!
Esta historia viene al caso porque Mel Brooks hubiera hecho lo mismo al ver Muere monstruo muere de Alejandro Fadel. Lo hubiera abrazado, le hubiera dicho que estaba chiflado y lo hubiera contratado. Salvando las distancias de género, de época y de carreras, Eraserhead es un posible punto de comparación por la cantidad de material inusual, perturbador y a la vez estimulante que tiene Muere, Monstruo, muere. Pero no es justo, ni tiene demasiado sentido llenar una crítica de un film mencionando otros, simplemente hablemos de un árbol genealógico o de un par de puntos de referencias para guiar a un espectador que aún no ha visto el film de Alejandro Fadel. Podemos sumarle a John Carpenter, el que se mueve entre The Thing y In The Mouth Of Madness, este último título a su vez conectado con la obra de H. P. Lovecraft. Pero suficiente, pasemos a la película.
Los Andes nevados en Mendoza son el marco en el cual se desarrolla este film policial que pronto troca a película de terror. Una mujer aparece decapitada y no será la única. En medio de un paraje rural comenzará una investigación policial donde el policía que investiga, Cruz, tiene algo en común con David, el principal sospechoso, un perturbado hombre que habita en el lugar: ambos tienen relaciones con la misma mujer, Francisca. Ese es solo el comienzo de una película que es mucho más de lo que uno imagina al resumir su argumento.
No hay absolutamente nada en este relato que no sea inquietante. Incluso sus momentos de humor estás contaminados de una carga perturbadora. La maestría de Alejandro Fadel hace que el espectador quede sacudido desde la escena inicial y no tenga respiro hasta el final. No hay manera de encontrarse bajo control con un espectáculo estéticamente tan apabullante, algo que de por sí consume gran parte de la energía que uno le puede dedicar a una película. Y ese es tan solo el marco, con una fotografía es perfecta, que ayuda a crear cada momento. Muere, monstruo, muere tiene una cualidad que solo las obras maestras tienen: está llena de escenas inolvidables. La mayoría no quisiéramos recordarlas, porque son pesadillas abrumadoras, pero en todos los casos son momentos de puro cine. Y no son solo las imágenes las que se fijan en la memoria, también el sonido, un sonido tan terrorífico como el guión, la fotografía, el trabajo de dirección y, finalmente, las actuaciones. Las voces de los actores, en particular la de Cruz, también se graban en el espectador. No hay muchas películas que consigan eso.
Muere, monstruo, muere es un viaje al corazón del horror. A todo aquello que no comprendemos, que no conoceremos nunca en toda su dimensión. Fuerzas que nos superan y que nos convierten en seres vulnerables y efímeros. Un poder contra el que no hay nada que se pueda hacer. El horror, el horror… con todas las letras. No se trata de golpes de efecto, sino de una minuciosa puesta en escena que construye ese horror con lenguaje de cine. Lenguaje de imágenes y sonidos, complementados. Un director que entiende que el cine está hecho de lo que se ve y de todo aquello que se elige dejar fuera de campo.
Muere, monstruo, muere no es una película fácil. Generar tanta tensión con uso tan sofisticado y extremo del lenguaje cinematográfico puede provocar rechazo. Su ambigüedad no clásica podrá hacer que un espectador, como suele ocurrir con esta clase de films, se cierre al instante frente a lo que tiene enfrente. Incluso alguien que ve mucho cine tiene que adaptarse a una película fuera de serie. No pasa todo el tiempo que un film se vaya de la norma, se corra de lo conocido y realice una apuesta completa a la originalidad y el riesgo. Esta película es una constante sorpresa, lleva al espectador a un terreno no seguro, y a quien se atreva a recorrerlo le devuelve todo lo que dado y mucho más. No hay absolutamente nada en el cine argentino que se parezca a Muere, monstruo, muere. Tal vez sea una película para pocos, pero tiene aire de film de culto, porque posee toda la locura, el riesgo, la originalidad y la desmesura de las películas inolvidables.