Muerte en el Nilo es una nueva adaptación del clásico escrito por Agatha Christie en 1937. Kenneth Branagh vuelve a dirigir y protagonizar una adaptación de la escritora británica luego del gran éxito alcanzado por Asesinato en el Expreso de Oriente (2017). Este renacimiento de las adaptaciones de Christie emula aquel ocurrido en la década del setenta, cuando el detective Hércules Poirot se convirtió en la estrella de varios títulos taquilleros.
Kenneth Branagh sabe que mientras que Asesinato en el Expreso de Oriente era un libro perfecto, Muerte en el Nilo es un texto que requiere un poco más de paciencia del espectador para perdonarle algunos detalles que en el libro funcionan pero en la pantalla resultan algo inverosímiles. Por eso esta vez se toma más libertades con el texto original y realiza todos los cambios necesarios para que la historia funcione adecuadamente.
Esta vez el célebre detective Hércules Poirot (Kenneth Branagh) participa de un crucero de lujo por el Nilo, donde está de luna de miel la millonaria heredera Linnet Ridgeway (Gal Gadot) y su flamante marido Simon Doyle (Armie Hammer). Los acompañan un grupo de personajes vinculados con ella que tienen más motivos para odiarla que para quererla. Estamos en una historia pensada por Agatha Christie, así será la joven rica la que aparezca muerta en ese entorno aislado del mundo y todos serán sospechosos de haber cometido el crimen.
Cuando Branagh hizo Asesinato en el Expreso de Oriente dejó en ridícula a la fea y superficial versión de 1974, pero además le dio a Poirot un aire de héroe melancólico que elevó al personaje a un nivel inesperado. Aquí su versión compite contra la que en 1978 protagonizara Peter Ustinov y en la comparación la situación es más pareja. El Poirot de Ustinov era una verdadera joya y la película era casi exclusivamente su actuación y la del elenco sublime que lo acompañaba. Es muy recomendable y hasta aquí llegan las comparación, pasemos directamente al año 2022 y esta nueva adaptación.
Branagh está mucho más en solitario esta vez, no hay estrellas de su calidad como sí ocurría la última vez que adaptó a Agatha Christie. Lo actoral no define la nueva versión de Muerte en el Nilo. Branagh repite los recursos estéticos que van de lo magnífico a lo gratuito y la película es más despareja en todos los aspectos. Pero el director apuesta a sorprender a quienes conocen la historia tanto como aquellos que no. Fuertes cambios en el guión ayudan a que todos disfruten de la trama.
Aquella melancolía de su anterior película se repite pero en otro tono. Sigue siendo un apasionado lector de Charles Dickens y sigue preocupado por su bigote, aunque con una explicación. Lo que sí aprovecha Branagh es el humor para burlarse de él mismo. Ese detective pedante y coqueto parece ser el propio Kenneth, cuyo ego ha sido expuesto varias veces en su ecléctica y sorprendente carrera. Se deja en ridículo a sí mismo, aun cuando sigue siendo el brillante Poirot, y se reserva algunas vueltas de tuerca más allá del crimen y el sentido del humor. Pero su principal fuente de inspiración es encontrarle un tema a la historia. El amor es el hilo conductor de todos los personajes. Más que el dinero, más que el poder, incluso más que la venganza, todos están animados por el romanticismo, todos son esclavos de sus pasiones. Ya había insinuado Branagh que no todo podía ser racional en la película anterior, pero acá esto queda en primer plano. Tal vez demasiado, porque con más sutileza también se entendía.
Kenneth Branagh, quien adaptó muchas veces William Shakespeare y dirigió un film de Marvel, mostró este año que sigue su plan de no ser encasillado. Muchas salas del mundo tendrán al mismo tiempo Muerte en el Nilo y Belfast, una película autobiográfica en blanco y negro. Su energía y su amor por hacer películas sigue tan vivo como hace treinta y tres años cuando estrenó Enrique V. Ojalá en el futuro vuelva a Shakespeare y a Agatha Christie, mientras siga buscando otros proyectos que sorprendan a todos.