LA GENTE DEL FUTURO
El film comienza con la noticia de que Diego Ricardo, la persona más joven del planeta, ha muerto a los 18 años. Estamos en Londres, es el 16 de noviembre del año 2027. El protagonista del film, Theo Faron (Clive Owen), pide un café para llevar mientras mira, casi son frialdad, la misma noticia que a todos los que se encuentran en el bar parece romperles el corazón. La cámara abandona el lugar junto a él y, sin cortar, lo sigue mientras sale a la calle. Faron camina unos metros, la cámara gira a su alrededor y mientras él se dispone a tomar su café, explota una bomba en el local donde acabamos de estar, él, la cámara y nosotros, los espectadores. El golpe de efecto es perfecto. La estética del film y el conflicto principal han sido planteados. Apenas van dos minutos de película. En estos tiempos que corren donde el cine industrial es confuso narrativamente y terriblemente lento, Alfonso Cuarón sabe, al menos, como atraparnos con una historia, dejando bien en claro en qué lugar estamos parados. Pero mientras que los temas no se complejizan ni se vuelven más interesantes, el relato y la forma en que el film está contado comienzan a tomar el control y a volverlo una experiencia estética profunda, más que en una reflexión relevante sobre los asuntos tratados.
Directores
No existe película de ciencia ficción cuya sociedad del futuro no sea, en realidad, una alarma y una denuncia sobre la sociedad del presente. En Niños del hombre, las mujeres del mundo han perdido la fertilidad y durante 18 años no ha nacido un sólo bebé en el planeta. Inglaterra ha sobrevivido a una debacle mundial y los ciudadanos de Londres viven en una relativa paz, aunque los inmigrantes son maltratados y encerrados por un gobierno totalitario. Las implicancias y complejidades del guión fluctúan entre distintas ideologías y no hay un control total del discurso en el film. Esta confusión puede ser pasada por alto si uno quiere abocarse a la historia que se narra y sobre todo a cómo se la narra. Alfonso Cuarón brilló, desde el comienzo de su carrera, por la sensibilidad estética que poseían sus obras. En films tan distintos como La princesita, Y tu mamá también, Grandes esperanzas e incluso Harry Potter y el prisionero de Azkaban (la mejor de la serie, por cierto), Cuarón logra imponer un tono común para todas sus películas, jugando desde siempre con los tonos verdes, un color que nunca falta en su paleta y que de hecho es casi el color clave de todas. Su aliado en la iluminación y el encuadre es el fotógrafo Emmanuel Lubezki, uno de los más talentosos profesionales que existen en el cine actual, habitual colaborador de Cuarón, aunque también responsable de la dirección de fotografía de películas como La leyenda del jinete sin cabeza, de Tim Burton y Alí, de Michael Mann, entre otros títulos de gran belleza y calidad estética.
El plano secuencia
De los muchos y variados recursos visuales que se usan en el film, el que llama la atención por su importancia y por su espectacularidad es el plano secuencia. El plano secuencia es un tipo de plano de larga duración en el que una secuencia completa (o casi completa) se cuenta con un solo plano, sin cortes a otros planos. Este plano, largo, complejo, muchas veces virtuoso, permite conservar de forma inequívoca la unidad de tiempo y espacio. Un ejemplo de ello es Sed de mal (Touch of Evil, 1958), de Orson Welles, película que posee varios planos secuencias memorables, aunque sólo el del comienzo es el que se ha vuelto famoso. Niños del hombre utiliza este recurso varias veces. En el comienzo ya expuesto, algo clave para producir el efecto deseado. Pero también en la escena del ataque al auto, en mitad del film, una secuencia de una complejidad técnica increíble. Lo mismo en el plano secuencia hacia el final de película, otro momento espectacular. Pero es el momento de explicar algo: el plano secuencia, como la mayoría de los recursos del cine, no tiene por qué hacerse consciente en la cabeza del espectador. Es un vicio propio de cinéfilos y críticos darle particular énfasis a esta forma de filmar. De hecho, gran cantidad de cineastas independientes creen que con un plano secuencia hacen obras maestras, abusan de este recurso y festejárselo no hace más que sumir a esta clase de cine en un recurso que, mal aplicado, es puro sopor. En el cine industrial, como bien sabía Orson Welles, los técnicos se las ingenian para hacer de esta clase de planos un recurso que produce -incluso para quien no sabe que es un plano secuencia- una gran unidad dramática, una tensión que el espectador puede percibir sin hacerla del todo consciente. En Niños del hombre, el virtuosismo queda cubierto por su funcionalidad para la historia y se suma, simplemente, a la perfección de puesta en escena que logra el director. Si luego la película no asume esa misma complejidad en el guión y en la reflexión es algo sin duda para lamentar. Lo más profundo y complejo del film en ese aspecto termina siendo su héroe, cuyo recorrido arquetípico es en sí mismo una historia digna de ser contada. Aunque la novela en la que se basa el film tenía una concepción cristiana del mundo, el film parece abrevar directamente en la famosa frase del Talmud que dice “Quien salva una vida, salva a toda la humanidad”. En Niños de hombre esta expresión encuentra una literalidad que emociona, pero que al mismo tiempo le pone un límite a todas las otras implicancias que la historia posee.