SIN CINE
Este éxito descomunal del cine italiano, ganadora de muchos premios en su país, se destaca básicamente por dos cosas: en primer lugar por su extraordinaria incapacidad por destacarse, ya que no hay un solo plano en la película que posea el más mínimo interés; y en segundo lugar por un ofensivo y nada pudoroso desprecio por el lenguaje del cine y su naturaleza. El grupo de amigos que se reúne a cenar remite sin ninguna vergüenza a las más obvias y mediocres obras de teatro de hace cuatro décadas atrás y hoy, aun en teatro, serían una acumulación de lugares comunes abrumadora por lo mala. El desafío que se plantean es dejar los teléfonos en la mesa y atender y hacer público todos los llamados y mensajes que reciban durante la cena. Con esta consigna la película se lanza al vacío de la verdad de Perogrullo y un campeonato mundial de obviedades. Todo lo que usted puede imaginar pero no creía que un film podría reunir a esta altura de la civilización se reúne acá para asombro del cinéfilo y perjuicio de su integridad estética.
La inercia de aceptar sin objeciones cualquier cosa podrá hacer que algunos espectadores se dejen llevar, pero no puedo hablar en nombre de ellos, solo lo sospecho por el insólito éxito que tuvo en su país de origen. No, no faltan las obvias infidelidades, los embarazos y, porque no se privan de nada, el personaje gay, que ha sido sacado del arcón de los recuerdos para completar el cóctel más insoportable que nos toque ver en este año. Lo único rescatable: comen unos ñoquis que parecen estar muy ricos. Lástima que ni ellos ni nosotros podamos disfrutarlos.