Saludable y eficaz combinación de talentos entre el director Steven Soderbergh y el guionista David Koepp. Soderbergh es un prolífico realizador que se mueve entre el cine independiente y el industrial, con variada obra que incluye Sexo, mentiras y videos (1989), Erin Brockovich (2000), Traffic (2000), La gran estafa (2001) y Contagio (2011), por citar algunas famosas dentro de una obra bastante despareja. David Koepp escribió guiones del nivel de La muerte le sienta bien (1992), Jurassic Park (1993), Carlito´s Way (1993), Misión: Imposible (1996), La habitación del pánico (2002) y Guerra de los mundos (2005). Ahora ambos se han unido (no es ni la primera ni la última vez que trabajan juntos) para contar una original historia de fantasmas.
Rebekah (Lucy Liu), su marido (Chris Sullivan), su hija (Callina Liang) y su hijo (Eddy Maday), se mudan a una nueva casa en los suburbios. Pronto empezarán a experimentar fenómenos inexplicables que les harán poner en duda sus certezas acerca de las presencias más allá del mundo de los vivos. Para el espectador no hay misterio porque la película está contada desde el punto de vista del fantasma en cuestión. La puesta en escena es con cámaras subjetivas que nos muestran como esta presencia observa a la familia. Los motivos no quedan claros, pero la hija tiene una sensibilidad especial, debido a la cercanía con la muerte por una tragedia reciente.
Las historias de fantasmas buenas suelen asustar, generar suspenso y finalmente delatan una melancolía propia de sus personajes centrales, más atormentados que con deseos de producir daño. La película sostiene muy bien la historia y la remata de forma brillante. Le pone el drama necesario a una película que asusta, pone la piel de gallina en algún momento y termina cumpliendo con creces su objetivo sencillo y sin vueltas. Menos de noventa minutos para contar una buena historia.