La teoría de autor es aquella teoría que establece que detrás de ciertas películas hay directores cuya responsabilidad estética y temática es tan reconocible que los convierte en los verdaderos autores del largometraje, aún siendo el cine un arte colaborativo. A partir de esta teoría, nacida en la década del cuarenta pero formalizada una década más tarde, directores como Alfred Hitchcock o Howard Hawks fueron reivindicados y tomados como grandes artistas. Incluso cineastas sin tanto prestigio, como Jerry Lewis, fueron declarados genios a partir de esta teoría. La teoría de autor fue y es muy discutida por otorgarle demasiada importancia a una sola persona y se puede establecer incluso que un película puede tener varios autores o responsables, para bien o para mal.
Puán (Argentina, 2023) es una película escrita y dirigida por María Alché y Benjamín Naishtat. En un cine no industrial, un par de guionistas y directores podrían ser considerados rápidamente como los autores del film, ya que de ellos dependen casi todas las decisiones que llevan al resultado que se ve en la pantalla. Sin embargo, y para bien, Puán tiene un responsable aún mayor, verdadero corazón de la película y creador de sentido: su protagonista, Marcelo Subiotto. Su personaje, creado por otros y filmado por otros, cobra una vida con su trabajo que resulta imposible ubicar en un lugar secundario o de complemento. Es en su rostro y hasta su actitud física que podemos entender al protagonista y convertir a una película sin demasiado vuelo en una obra mucho más interesante y compleja. Una película dedicada a mirarse su propio ombligo se vuelve universal gracia a Subiotto.
Marcelo Pena (Marcelo Subiotto) es un profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Dicha facultad se encuentra en la calle Puán y de ahí el sobrenombre con el cual se la suele conocer. Cuando su mentor y guía, el profesor Caselli, muere de forma inesperada, tanto él como su entorno parecen quedar huérfanos en más de un sentido. Pena cree que es el heredero natural del cargo, pero entonces aparece Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia) un colega que ha tenido éxito en Alemania y regresa a la Argentina justo a tiempo para pelear por el puesto. Sujarchuk es canchero, pedante, moderno y también más atractivo en el aspecto exterior. Mientras que Pena parece un estereotipo caminante de lo que es un profesor de filosofía, Sujarchuk es carismático y encantador, a la vez que snob e insufrible, por supuesto.
Posiblemente debido a la clase de personas que egresan de dicha facultad y a la enorme cantidad de ellos que se dedican a escribir, Puán ha tenido un éxito comercial sorprendente y una cantidad de notas analizándola que supera a la media. Esto no es ni bueno ni malo, es simplemente información. Si los policías, los médicos o los deportistas se ganaran la vida escribiendo, tendríamos muchas notas acerca de películas protagonizadas por personajes dedicados a estas profesiones. Sin embargo, analizar películas en base a la autenticidad del espacio que eligen usar de contexto, es una de las formas menos imaginativas e inteligentes de ver el cine. No creo que haya muchos westerns realistas y tal vez por eso el género ha logrado llegar a lo más alto del arte cinematográfico. Lo mejor de Puán, hay que insistir, es su universalidad. Los otros análisis no están prohibidos y hasta resultan divertidos, pero al fin de cuentas es salir a patrullar por la película, no a disfrutarla.
El enfrentamiento entre Marcelo y Rafael es el mismo choque que se podría producir entre dos directores técnicos de fútbol, dos actores, dos cantantes o cualquier par de personas que se dedican a lo mismo pero representan dos formas distintas de ver el mundo. Son muy diferentes, pero por algo confluyen en el mismo lugar. La película tiene un protagonista que es Marcelo, Rafael es mostrado como oposición a él y no tiene vida propia en la película. La crisis le pertenece a uno de los dos personajes y aunque Rafael tenga motivos para volver a su país, nunca se le da el mismo valor que a Marcelo. Se nota que el viejo docente se enfrenta a un inesperado competidor que le quita protagonismo pero a la vez amenaza su futuro dentro de la facultad.
Puán podrá retratar bien o mal el mundo que elige como fondo para la historia de Marcelo, pero en lo que los directores respecto, el largometraje se mueve por las reglas más conocidas y gastadas del costumbrismo argentino, ese tipo de presentación que desde la década del setenta y hasta los ochenta marcó a gran parte de la cinematografía del país. Cómo una especie de Juan que reía (1975) de Carlos Galettini, la película usa el drama y la comedia para mostrar a un protagonista humillado en cuánta ocasión se presente. Los guionistas se esfuerzan por ponerlo en ridículo y hundirlo cuanta vez se presenta para divertirse y sufrir, no sabemos si con él o de él. Pero una vez más, es el actor quien le da una tridimensión que los realizadores no pueden ni imaginar. No hay mejor suerte para el resto. Rodeado de una fauna ridícula, absurda y fuera de época, al menos Marcelo se desarrolla como personaje. Su némesis, Rafael, está interpretado por Leonardo Sbaraglia, a quién el papel de snob, pedante y finalmente bastante idiota, le queda como un guante. No porque el actor lo sea, sino porque es la clase de papel que más le gusta interpretar.
¿Es Puán una comedia que se burla de la facultad? ¿Es una sátira cruel o es un canto de amor? Hacia el final, cuando aparece el personaje del comisario interpretado por Luis Ziembrowski no nos queda otra opción más que pensar que es una comedia contra la Facultad, porque no puede haber un personaje tan mal dibujado, tan sobreactuado y tan torpe en una película seria. O tal vez los realizadores tienen tanta hipocresía ideológica que no se animan a hacer un comisario menos estereotipado. ¿Esa amenaza que sufren alumnos y profesores es real o es parte de una lucha que atrasa cincuenta años y sólo ellos creen seguir peleando? Por última vez, del naufragio se salva todo por el protagonista. Si sólo lo seguimos a él veremos un momento genuino, honesto, un momento de coraje para un personaje destinado a una vida gris. No importa si su lucha es real o imaginaria, él muestra amor por ese mundo al que pertenece y finalmente logra sentirse valioso. El leitmotiv de la película es la imposibilidad de Marcelo de cantar Niebla de Riachuelo, el tango de Cobián y Cadícamo escrito en 1937. Una y otra vez es interrumpido, hasta que en la escena final, sin que nadie se lo requiera, él lo canta, como síntesis perfecta de su personalidad y su estado de ánimo. Los directores parecen haber construido toda la película para ese momento mágico. Y Marcelo Subiotto parece haber construido una carrera como actor en función de esta cúspide en su carrera. Inteligente y emocionante, es un cierre inolvidable para una película con virtudes y defectos, sostenida por su intérprete principal.