Luca Guadagnino es uno de los directores más prestigiosos de los últimos años y su carrera internacional lo ubica como el realizador italiano más conocido del presente, aún cuando su cine no sea masivo. Con más de veinticinco años de carrera, ha logrado varios títulos notables y se ha movido en diferentes todos y géneros, evitando el encasillamiento fácil. Algunas de sus películas son especialmente inspiradas, siendo Llámame por tu nombre (2017), escrita por James Ivory la que se destaca por encima del resto y la que lo puso en la primera línea del cine mundial. Su remake de Suspiria (2018), por otro lado, es la prueba de que también tiene un costado pedante, snob y listo para impactar al público festivalero. Enamorado de las remakes o las nuevas versiones, Guadagnino tiene un costado aburrido y pretencioso que es difícil de tolerar. En el 2024 las dos caras de su cine se hicieron presente. Desafiantes (2024) es de lo mejor de su obra y Queer, de lo peor.
Adaptación del libro de William S. Burroughs, Queer cuenta la historia de William Lee (Daniel Craig), un expatriado estadounidense de unos 50 años en Ciudad de México, pasa sus días mayormente solo, salvo algunos contactos con otros miembros de la pequeña comunidad de compatriotas que hay en la ciudad. Le paga a algún muchacho para tener sexo con él, mientras comparte historias con sus amigos de exilio. Su encuentro con Eugene Allerton, un joven estudiante recién llegado a la ciudad, le muestra, por primera vez, que finalmente podría ser posible establecer una conexión íntima con alguien, más allá del puro sexo. El derrotero del personaje es el núcleo de la historia que parece filmado en un pueblo sacado de la mirada de México que se veía en la era de los estudios cuando en algún film noir un personaje escapada de su pasado. Esto último, por supuesto, no es un defecto.
Cómo una clásica historia de Burroughs, el alcohol, el sexo, la violencia y las drogas, se conjugan con los cuerpos sudados, la autodestrucción de los personajes y esa sensación de las almas encalladas en el extranjero. La mirada más recordada de ese mundo la dio David Cronenberg en su película El almuerzo desnudo (Naked Lunch, 1992). Pero sí bien ese film de los noventa no era nada ligero, al menos su locura resultaba algo más simpática. Acá todo está exageradamente subrayado y Daniel Craig, en una triste y desesperada búsqueda de premios, demuestra que no tiene mucho para ofrecer, excepto realizar escenas de sexo gay para que todos le digan que es osado. La duración de la película se siente y se extiende el último tercio en un tono cuya búsqueda se siente vencida y poco auténtica. El lado pretencioso de Guadagnino se hace presente. El cierre aprovecha la anécdota más famosa del escritor pero con una vuelta de tuerca. Creo que Burroughs no tiene más nada para aportarle al cine, al menos no con las historias de esa época de su vida. Guadagnino, por otro lado, parece que seguirá yendo de lo bueno a lo malo y, esperemos, viceversa.