Rebecca (2020) es una película basada en la novela de Daphne du Maurier y cuya adaptación más famosa la dirigió Alfred Hitchcock en el año 1940. Aquel clásico del cine fue el primer título del realizador británico en Hollywood y la película ganó el máximo premio Oscar. Variadas versiones y adaptaciones posteriores pasaron sin pena ni gloria, no pudiendo jamás opacar al film de Alfred Hitchcock protagonizado por Joan Fontaine, Laurence Olivier y Judith Anderson.
El recientemente viudo y millonario aristócrata inglés Maxim De Winter (Armie Hammer) conoce en Montecarlo a una joven dama de compañía (Lily James) de una mujer norteamericana. A pesar de la diferencias de clase surge un romance y él le pide que deje todo para contraer matrimonio. Recién casados llegan a la mansión donde ambos vivirán, Manderley, ubicada en la costa inglesa. Pero al llegar la joven e inexperta esposa de Mr Winter, encontrará la hostilidad de la Sra. Danvers (Kristin Scott Thomas) quien se encargará de hacerle la vida imposible y recordarle de todas las maneras posibles a Rebecca, la primera esposa de Mr Winter, recientemente fallecida y a quien Danvers adoraba.
Entre remakes y secuelas de los films de Alfred Hitchcock suman varias docenas de títulos hechos en muchos idiomas, países y versiones. Aunque la mayoría son inicialmente adaptaciones de libros, la impronta de Alfred Hitchcock las convierte en títulos propios. Así que aunque el film del 2020 declare su interés en volver a la novela, no está haciendo otra cosa más que aprovechar la fama de un clásico popular que marcó una época en la historia del cine. Si las remakes o adaptaciones de los film Hitchcock fueron de malo a bueno, no hubo ninguna que pudiera tapar al film original. La única excepción, sin duda, es la remake de The Man Who Knew Too Much (1934) que el propio Hitchcock hizo en 1956. Solo él podía superar su propia obra.
Decir que Rebecca (2020) es un mal film basada en un gran film sería darle el privilegio de compartir universo. Pero a la vez puede que le sirva a alguien para entender porque Netflix ha logrado en un tiempo muy breve hacerle mucho daño al cine. Las series y las películas de Netflix tienden a parecer, no importa el género, la duración o la época en la que transcurren. Como un enorme filtro que se aplica a las narraciones audiovisuales. Un filtro llamado Vacío total. Porque si algo caracteriza a este título tan Netflix es su banalidad absoluta, su falta de identidad, de rumbo, de sentido. Solo se encarga de juntar las piezas, armar un paquete, filmarlo de forma discreta (y aun así ridícula) y ver si se puede rellenar el catálogo con títulos que a alguien puede interesarle. Es asombroso que Netflix quiera competir en los Oscars y los festivales, cuando su misión es, intencionalmente o no, terminar con el cine como lo conocimos.
La segunda señora de Winter, así se la llama siempre, omitiendo su nombre, es una personaje extraordinario en el film de Alfred Hitchcock, alguien con quien el espectador se identifica, porque representa todas las inseguridades y los miedos de alguien que compite contra algo que cree infinitamente superior. La angustia de esa mujer, fogoneada de forma perversa por la señora Danvers, es uno de esas experiencias hitchcockianas que tanto hemos disfrutado durante décadas. No hay cometido ningún crimen, pero vive atormentada y perseguida, buscando dar la talla y sintiendo que no lo puede lograr. Como el protagonista de la novela Great Expectations de Charles Dickens, su sueño es alcanzar a los que están arriba, sin saber que nunca lo estuvieron. En Manderley se guardan secretos que el espectador y la segunda señora de Winter irán descubriendo.
Es verdad que Alfred Hitchcock hizo concesiones. Algunas no le molestaron, otras sí. La señora Danvers ha perdido su apasionado y melodramático lesbianismo y se vuelto una persona más cerebral, pero terrenal y explicable. Se ha perdido el misterio, el terror gótico, la angustia profunda. Ninguno de los actores puede conseguir la más mínima emoción. Increíblemente Lily James abandona su carisma de estrella para hundirse en morisquetas. No es necesario conocer el film de 1940 para aburrirse y distraerse mientras se mira esta eterna película de dos horas donde no pasa nada. Una persona contándola sería más cinematográfica que esta película sin un solo hallazgo visual ni la más mínima idea del mundo. Un film vacío. La ironía final es que nació para que todos y cada uno de los cinéfilos del mundo la desprecie, diciendo –ahora justificadamente- que no habrá otra Rebecca como la de Alfred Hitchcock.