Resplandece el sol (The Sun Shines Bright, 1953) es una de esas películas de John Ford casi desconocida por muchos espectadores, pero atesorada desde siempre por los cinéfilos. Entre los fordianos califica aún más alto, porque este pequeño gran film posee los elementos más profundos y emblemáticos del realizador, convirtiéndose, para muchos de nosotros, en una verdadera obra maestra para rescatar cuanta vez sea posible.
El Juez William Priest (Charles Winninger) busca la reelección en un pequeño pueblo en Kentucky alrededor del cambio de siglo. Es un hombre recto, decente, que usa el sentido común para su trabajo y actúa, por la época y el lugar, de forma campechana y relajada, aun cuando sepa lo que se juega en cada veredicto y nunca deje de estar enfocado en eso. Pero no hay en la película grandes juicios y de hecho solo al comienzo hay un paso por el juzgado que termina con un pequeño recital de banjo y un grupo de viejos veteranos reunidos en una de las escenas de comedia más delirantes de la filmografía fordiana. Para que su viejo corazón funcione, el juez toma un poco de alcohol, combustible del corazón fordiano por excelencia.
Mientras Priest desarrolla su campaña de forma entradora, como buen político, también se reúne con sus viejos camaradas –cada vez menos en número- de la guerra de civil. El Juez Priest peleó del lado de la Confederación, lo que no le impide tener un buen vínculo con los victoriosos veteranos de La Unión, cuyas reuniones son más numerosas y organizadas. El buen vínculo incluye el robo de la bandera, otro de los momentos maravillosos de esta comedia de John Ford. Por otro lado, el rival en las elecciones, Horace K. Maydew (Milburn Stone), es todo lo contrario al simpático Priest y confía en que no se produzca la reelección. La película cuenta varias historias pero fundamentalmente dos son el centro de la trama. Dos conflictos que llevan al juez Priest a tomar decisiones morales que en teoría podrían arruinar completo sus sueños políticos.
Un joven negro al que el Juez le ha pedido que vaya a buscar un trabajo, es rescatado a último momento por los ayudantes de Priest luego de que los hombres del campo lo acusen de haber asaltado sexualmente a una mujer. Una turba entra al pueblo para lincharlo y el juez, parado frente a la comisaria, debe enfrentarse solo a todos ellos. Lo consigue al convencer al líder de la turba, aunque los familiares de la joven se van amenazándolo. Esa multitud son votos perdidos, pero Priest ha hecho lo correcto, para él no existió nunca otra opción.
Pero hay otro conflicto se lleva gran parte de la trama. Ashby Corwin (John Russell) regresa a su Kentucky natal en un barco de vapor. Se encuentra con la joven Lucy Lee (Arleen Whelan), pupila del Dr. Lake, y queda impresionado por su belleza. Ashby se entera también de que, si bien se dice que el viejo y prestigioso general Fairfield es el abuelo de Lucy, él lo niega. En la calle, después de que Lucy es objeto de insultos de Buck Ramsey sobre su verdadera herencia, Ashby se mete en una pelea de látigo con Buck antes de que llegue el juez y lo detenga. Lucy finalmente descubre quién es su verdadera madre: una prostituta que acaba de regresar a la ciudad, solo para ver a su hija antes de morir. Su último deseo es un funeral en la iglesia y un sermón, algo que los sectores más puritanos de la sociedad consideran inaceptable.
No hay escena que no sea memorable en la película, pero las últimas dos son inolvidables. El juez decide realizar el cortejo de la mujer, siguiendo el carro fúnebre por las calles del pueblo, seguido por un carro donde viajan las prostitutas del lugar. Poco a poco se van sumando ciudadanos. Primero los más cercanos, la hija de la mujer, el joven pretendiente, los veteranos del sur y luego los veteranos del norte… y así la mitad del pueblo. El punto más alto es cuando el General finalmente acepta a la joven y se sienta junta a ella en la primera fila de la iglesia. Este nivel de emoción, que incluye un grupo coral negro cantando, parece ser el la inspiración para el final de Imitation of Life (1959) de Douglas Sirk. Cuando el juez diga el sermón, el primero que da en su vida, citará el Evangelio según San Marcos y la conocida historia de la prostituta a la que Jesús salva de ser lapidada.
El juez Priest tomó dos decisiones que le podrían costar su elección. Al proteger a una persona de ser linchada, también actuó como Jesús en el Evangelio, pero además se sabrá que aquel que comandaba la multitud enfurecida era quien había atacado a la joven. Y al darle una despedida a la prostituta se puso en contra a gran parte de los habitantes. El resultado parece catastrófico, pero el día de las elecciones, y luego de empezar perdiendo, termina empatado con su oponente. Empate que el propio juez desempata porque se ha olvidado de votar. Las elecciones se convirtieron en algo secundario para él, sus interesen son superiores a eso.
Y la otra escena a destacar es el desfile frente a su casa. Allí pasan todos, los bandos opuestos, los jóvenes, los viejos, las mujeres que lo combatían y los hombres que él detuvo en el linchamiento. Ellos portan una pancarta que dice: “Gracias por salvarnos de nosotros mismos”. Parece un chiste, pero es el resumen de la justicia bien aplicada. Los ciudadanos, en su afán de hacer justicia por mano propia, pueden cometer toda clase de atropellos. Un hombre de justicia se ocupa de juzgar a los victimarios y a la vez a las víctimas, para que no se conviertan ellas en aquello que están combatiendo.
La película transcurre en una sociedad racista, pero como ocurría con, por ejemplo, Prisionero del odio (Prisoner of Shark Island, 1936) John Ford se encarga de subrayar su presencia en todas las escenas claves. En la iglesia y también en el desfile, aunque deban estar separados, no es el director, sino la sociedad que describe. De hecho Ford había hecho una película con el Juez Priest en 1934, pero no le permitieron incluir la escena del intento de linchamiento. Por esa escena es que Ford volvió sobre el personaje veinte años más tarde. Son los negros los que se paran frente a la casa del juez al final del desfile y cantan My Old Kentucky Home, Goodnight. Esa canción arranca justamente con la frase que es el título original de la película: The Sun Shines Bright… y es la melancolía misma. El juez Priest sabe que puede irse a dormir en paz porque su tarea está cumplida. Su época pasó, su gloria también, pero aun así ha logrado poner las cosas en orden. Como lo hará Ethan Edwards unos años más tarde en The Searchers (1956) el juez entra en su casa solitaria y la última imagen de él es de espaldas, como Ethan, que también tiene una despedida en soledad, aunque fuera del hogar, pero enmarcado de la misma manera. Steven Spielberg en Lincoln despide a su protagonista con un plano parecido, una vez que ha logrado hacer lo correcto. Este gesto lo ve Ashby, que quiere seguirlo, pero Lucy Lee lo detiene, en un clásico gesto pudoroso de Ford. Con Resplandece el sol el director parece comenzar el camino hacia el final de su carrera. Una comedia que incluye tantos temas oscuros, sin duda trabaja la ambigüedad. El famoso concepto fordiano de victorioso en la derrota acá se convierte en una última gran victoria antes del final. “The Doddering Relics of a Lost Cause” como llama el oponente político a Priest y su gente. Las reliquias seniles de una causa perdida. Reliquias capaces de completar su jornada habiendo hecho lo correcto, contra viento y marea. El héroe solitario fordiano al servicio de una comunidad que no podría haber mantenido la civilización y la humanidad sino hubiera sido por él.