Rompan todo es un documental que a partir de la excusa del rock en América Latina cuenta lo importante que es la existencia de Gustavo Santaolalla en el Planeta Tierra. Tiene el testimonio de una enorme cantidad de músicos de Latinoamérica y, por suerte, también del propio homenajeado, el empresario Gustavo Santaolalla, conocido también en el mundo del rock por ser el autor de la canción Mañanas campestres.
El documental no consigue respaldar su teoría. El rock de América Latina no existe, al menos en estos seis capítulos, como la unidad que anuncia, solo funciona en bloque para el mercado discográfico y ahora también para Netflix. Pensando justamente en las ventas 2020 del documental es que se unen diferentes países y se le coloca ese título, la selección de músicos también se piensa en esos términos. Las claquetas que se ven antes de algunos fragmentos de entrevistas muestran otro título: Rock en español. En algún momento del proyecto alguien se dio cuenta que no era una forma piola, moderna y combativa de llamar al documental y desempolvaron sueños revolucionarios de nuestra América o el miedo a ser confundidos con España. Además, el rock en portugués no aparece, lo que delata que se trata de una cuestión de idioma. Por momentos hay algo chauvinista en el discurso de algunos músicos.
No hay voz en off ni un eje que una la serie documental. Solo avanza de forma cronológica y son los músicos los que explican no solo la música y su propia historia, también los cambios sociales y políticos. Con muchos fragmentos breves se trata de armar la historia del rock y del continente. El resultado es una narración desprolija, con frases hechas, carente de profundidad, torcida para lograr bajar línea, sin cuestionamientos, sin nada nuevo o interesante, incluso incomprensible para quien no conozca desde antes esas historias. Músicos convertidos en historiadores, filósofos, sociólogos y periodistas. Por supuesto que es una decisión, no producto de un error. Pero obligados a hablar de todo, nunca llegamos a conocer realmente a ninguno de ellos. La superficialidad es total por culpa de esta estructura. Siempre, recordemos, con Gustavo Santaolalla como centro y figura clave de todo, opinando de todo y con testimonios de gente elogiándolo a él. Parafraseando a Mel Brooks se podría decir: “Es bueno ser el productor!”.
Lo que el documental es incapaz de asumir es que esos rockeros rebeldes se volvieron millonarios. O que cambiaron de género o que se hicieron cómplices de gobiernos populistas que ranquean entre lo más corrupto de la historia contemporánea. Básicamente, el documental esconde lo incómodo, lo molesto, lo complejo, lo que finalmente podría darle profundidad. Las drogas no traen consecuencias que no sean artísticas, las luchas de los músicos son siempre contra el sistema, no contra sus propios fantasmas o contradicciones, apenas asoman algunas cosas sueltas. Santaolalla pidiendo disculpas porque Billy Bond dijo rompan todo. ¡Pero si el documental se llama así! ¿Tan hipócrita hay que ser? Por suerte el propio Billy Bond tiene una mirada más inteligente y sincera de los eventos. Por algo uno es Billy Bond y el otro no, claro. Luego, Santaolalla nos explicará que su banda Arco Iris era fantástica, exitosa y está en el centro mismo de la historia. Un verdadero productor hubiera tenido el pudor de relegarse a sí mismo en pos de la historia grande. Un gran productor, claro. Pero cuando en un documental de seis episodios el propio Santaolalla crea que es relevante mencionar a su banda Wet Picnic como algo importante ya el nivel de delirio egocéntrico es total. También habrá un lugar de privilegio para Bajofondo. Una pieza clave en la historia de rock vista desde el punto de vista de Santaolalla. Y como broche de oro, cuando el más grande de todos, Charly García, realice una carrera que entienda perfectamente las idas y vueltas de los músicos y la fama, el propio productor Santaolalla le dedica un espacio a criticarlo. Es decir que un documental vacío de mirada crítica tiene una sola crítica al contenido musical y se basa en un ajuste de cuentas resentido por parte del productor de la película a un músico mil veces mejor que él. Por supuesto, Charly no tiene derecho a réplica. Y el documental no tiene otro momento parecido en lo que a diferentes puntos de vista refiere.
Es prolijo y profesional el trabajo en el montaje de sonido, un archivo superior al promedio de los documentales vinculados con eventos argentinos, aunque en estos últimos años este género se ha elevado mucho en ese aspecto, como lo demuestran las películas de Fangio y Vilas que hemos visto en este año en Netflix. Una pena que ese profesionalismo no haya alcanzado a la construcción del guión o el respeto por el rigor documental. Aparecen grandes músicos, enormes canciones, momentos que producen felicidad y nostalgia. Los testimonios de Emilio Del Guercio, David Lebón y Billy Bond son interesantes o simplemente divertidos. Pil Trafa y Marcelo Moura también tienen una interesante intervención. Se ve que hay músicos que ya están muy deteriorados, otros que mantienen una genuina humildad que resulta muy saludable y otros que dicen defender banderas que en su vida cotidiana no sostienen ni un segundo. De esas contradicciones también se podría haber hecho una película. Hay un bloque dedicado a la mujer que parece una ley de cupo. Celeste Carballo tiene más rock que todas las demás entrevistadas, pero no le dedican el espacio que se merece, por ejemplo. Es que hay demasiados testimonios, muy fragmentados, entre otras cosas porque los necesitan para contar la historia del continente. En Argentina, varios de esos rockeros se volvieron oficialistas de políticos corruptos, lo que contradice todo el discurso del género musical que dicen defender. Brevemente Pedro Aznar es la única voz que dice que ya no hay quiebre, que ahora el rock es el estándar. Pocos segundos, pero están.
Este año pudimos ver Country Music, otra obra maestra del documental dirigida por Ken Burns. Esa es una verdadera historia de un género musical. Claro, completo, minucioso, profundo, complejo. Con una idea muy sofisticada, una exploración real y un análisis inteligente de la música country. Comparado con ese documental, Rompan todo no existe, su edición está hecha por un estudio de mercado. Cuando también este año se estrenó The Last Dance, el exitoso documental sobre Michael Jordan y su última temporada con los Chicago Bulls, Ken Burns dijo algo muy sabio: No está bien que un documental sobre Michel Jordan y los Chicago Bulls esté producido por Michael Jordan. Si Ken Burns conociera el documental Rompan todo diría lo mismo: No se puede hacer un documental sobre el rock de América Latina producido por Gustavo Santaolalla, quien no es Michael Jordan, claro. Por eso es basta triste y completamente falto de ética que sea productor y agrande su importancia. Un documental serio sobre este tema no le dedicaría más que algunos segundos. También aparecen los grupos producidos por él y el proyecto, en ese aspecto, también parece estar marcado por la agenda comercial del productor. Su motivación es ponerse en el centro y seguir ganando dinero. No está prohibido hacer la banda de sonido de videojuegos, no está prohibido hacer la música de documentales políticos de propaganda y no está prohibido ganar fortunas. Lo que sí es una vergüenza es venderse como lo contrario, no hacerse cargo de los matices. Ojalá hubieran sido más apegados a la realidad a la hora del montaje final, eso hubiera ayudado. Nadie se animó a decirle basta al productor, cuya carrera nadie piensa que necesitaba este homenaje, su trabajo y su éxito debería alcanzar por sí mismo. Si se supera el hastío y la vergüenza ajena que produce cada aparición de Gustavo Santaolalla, uno puede ver en él a un personaje de Will Ferrell, como Mugatu, el inventor de la corbata teclado que quiere ocupar desesperadamente un lugar en la historia, como sea.
Hay mucho material, sin duda es difícil armar algo así. Pero esa es la tarea del que hace un documental. Tantas historias quedan afuera, tantos personajes increíbles que por motivos incomprensibles quedan afuera. Tanto por analizar y sin embargo la película no lo hace. Cada uno tendrá su gusto musical, cada uno sus favoritos. Insisto que el documental podría haber sido más equilibrado y tener más capítulos, profundizando en cada país y en cada momento. Ojalá se hagan otros y podamos dejar este atrás. Porque Rompan todo es este documental y no uno que podemos imaginar, no creo que lo hayan hecho por error. Robemos con elegancia, dice Charly García. Bueno, eso tampoco se consigue acá.