Hacer una película mala no es un delito. Hacer una película pretenciosa no es un delito. Hacer una película cruel no es un delito. Hacer una película aburrida, aunque debería serlo, tampoco es un delito. Pero hacer una película mala, pretenciosa, cruel y aburrida es lo más parecido a cometer un delito que un realizador cinematográfico puede hacer. Rubia (Blonde)es todo eso y su responsable es Andrew Dominik, un director del que nada bueno esperábamos pero nunca creímos que podía hacer este mamarracho.
Hay un par de cosas que aclarar antes de seguir adelante. En primer lugar hay que decir que la Blonde se basa en la novela de Joyce Carol Oates del mismo nombre publicada en el año 2000. La autora dejó siempre en claro que se trataba de una ficcionalización de la vida de Marilyn Monroe y no una biografía. Algunos nombres fueron cambiados, otros nunca se dicen, se inventan no pocos eventos y se construye, sobre la figura de Marilyn Monroe una historia de fantasía con algunos puntos de realidad, pero no todos. La insistencia de la autora para aclarar esto no ha funcionado del todo y es posible que a partir de la película sea aún más difícil marcar que se trata de un invento de ficción. Pero es importante decir que cada cineasta tiene derecho a contar la historia que quiere y como quiere y hacerse cargo, en todo caso, de sus decisiones como artista. No creo que el reclamo tenga que ver con mentir, sino más bien con la clase de historia que elige contar y como la filma. Es su elección, sólo se cuestiona el resultado en la pantalla.
Otros reclamos absurdos, puritanos y cancelatorios tampoco son importantes a la hora de evaluar la película. Dominik, una vez más, eligió hacer lo que quería. Es cierto que quedó una película con escenas de sexo más fuertes que las que hoy se ven en cine, aunque no más fuertes que las que se ven en series. Netflix se asustó con eso, pero en todo caso lo que importa es si hay algún motivo para incluirlas. La respuesta es que no, que todo el show infantil y provocador del director es un verdadero despropósito. Qué la película dure dos horas y cuarenta y cinco minutos delata más la nave sin rumbo que es Blonde más que la necesidad de cubrir la vida -inventada- de Marilyn Monroe.
Andrew Dominik parece tener como referentes a directores como Lars Von Trier y, Dios nos libre y nos guarde, Gaspar Noé. De este último no solo toma la crueldad sádica, también la estética chapucera, banal, sin sentido con la que cubre el vacío total de su cine. La provocación por la provocación misma. El desprecio por su personaje y por el cine. Nada de cine para Dominik, más preocupado por su propio ego que por su artista. El problema del director es que se metió con la persona equivocada. Una película así de cruel, sádica y pretenciosa podría arrasar con los premios, pero a Marilyn Monroe el público que ama el cine la adora y no quiere ver un mamarracho como este a costa suya. Tal vez la sordidez funcione mejor con los libros, pero a los mitos del cine cuando se los arrastra así es difícil salir bien parado. Los mejores y únicos momentos tolerables de la película son aquellos donde el director y su director de fotografía recrean famosas fotos que se tomaron de Marilyn Monroe. Es decir, lo único rescatable es copiar fotos buenas. El resto es infame.