Isabella, una de las muchas bellas modelos empleadas en una casa de moda, está caminando por los terrenos que conducen al establecimiento una noche cuando es atacada y asesinada violentamente por un asaltante con una máscara blanca sin rasgos. El inspector de policía Sylvester es asignado para investigar el asesinato y entrevista a Max Morlan, el gerente que administra conjuntamente el salón con su amante, la condesa viuda Christina Como. Max da fe de que no puede proporcionar ninguna información para ayudar al inspector, pero a medida que la investigación continúa, todas las indiscreciones de la casa de modas, incluyendo corrupción, abortos, chantaje y drogadicción, comienzan a salir a la luz. Se revela que Isabella había mantenido un diario que detallaba estos vicios, y de repente casi todos los empleados se ponen nerviosos. ¿Quién será el asesino? Por supuesto que el primer crimen no será el último y cada nuevo asesinato tendrá su marca particular.
Aunque la película tuvo una recepción pobre en su momento, no pasó demasiado tiempo antes de que se le reconozcan sus muchos méritos estéticos y su condición de pieza clave dentro del desarrollo del género conocido como Giallo y del cual Mario Bava es su padre. La secuencia de títulos es particularmente magnífica y bella. Los actores posan como modelos con un decorado de colores brillantes mientras aparece su nombre en la pantalla. El primero, claro, es Cameron Mitchell, el actor norteamericano que brilló en el cine y luego en series, recordado por su trabajo como Buck Cannon en El gran Chaparral (1967-1971). Basta ver este comienzo para saber que la película vale la pena. Lo que sigue no defrauda, el cartel de la casa de modas que ocupa toda la pantalla se cae y deja al descubierto el caserón donde ocurrirá gran parte de la historia. Un hallazgo estético para otro en una producción muy cuidada, con una paleta de colores fuertes y una presencia del rojo que atraviesa toda la historia.
Seis mujeres para un asesino (Blood and Black Lace/Sei donne per l’assassino, 1964) muestra una evolución rápida de Mario Bava como director y un salto del Giallo definitivo y sin retorno. Una puesta en escena muy poco habitual para un cine de explotación que dejaría marcas para siempre. Una fuerte carga sexual y de violencia, además de un puñado de temas polémicos. Como siempre hay vueltas de tuerca y en este caso el guión está a la altura de las ambiciones estéticas del film. Todos los tópicos del género están presentes y la película es entretenida y escalofriante a la vez. Cansados del cine de detectives que tienen que averiguar quién es el asesino, los espectadores comenzaron a sentirse atraídos por los mecanismos del criminal antes que por la brillantez del policía. Empezaba una nueva era.