MENTIRAS VERDADERAS
Michael Moore es el documentalista más famoso que existe en el cine actual. Su fama está, en principio, asociada a de The Awful Truth, un programa de televisión que poseía el mismo estilo de denuncia con humor que luego tuvieron sus films. Su debut, en 1989, con Roger and Me, fue el comienzo tanto del éxito como de la polémica, ya que la crítica fue coincidente en considerar que el director utilizaba el material en forma dubitable, con lo cual podía pensarse que manipulaba la opinión del espectador. Sin embargo, las verdades horribles que Moore denunciaba comenzaron a revelarse como ciertas, aunque a veces un poco incompletas. Luego de su éxito en la televisión, volvió al cine con la realización de dos documentales de gran reconocimiento en todo el mundo: Bowling for Columbine (2002) y Fahrenheit 9/11 (2004), ambos ganadores del Oscar a Mejor Documental y Palma de Oro, en Cannes, respectivamente, dos premios claramente relacionados con lo político. Michael Moore utiliza recursos cinematográficos muy simples, pero su mérito personal está en la exacta combinación que logra establecer entre denuncia y comedia. Más allá de los premios obtenidos con estos dos títulos previos, Sicko es, en algunos aspectos, su mejor film, ya que mantiene sus méritos habituales y corrige muchos de los errores y las debilidades anteriores. Cualquier elogio a su cine, sin embargo, siempre estará limitado por la constante manipulación que Moore suele hacer todos los temas que elige. Una cosa buena es que acá ese protagonismo que habitualmente se adjudicaba a sí mismo, acá cede un poco de espacio. Si bien su figura de relator, cómico y realizador ha sido clave para su éxito, hay un gesto de humildad en este film que redunda, sin duda alguna, en una mayor credibilidad de sus intenciones y en una emoción más profunda frente a la historia de cada uno de los personajes. Sicko es una virulenta y shockeante denuncia sobre el sistema de medicina en los Estados Unidos. El film recorre, en un crecimiento dramático tan efectista como efectivo, una serie de historias de personas que vieron perjudicada su salud por el funcionamiento del sistema médico, entre ellas hay algunas de pacientes que murieron como consecuencia de que las aseguradoras médicas no aceptaron pagarles los tratamientos, las medicinas o las intervenciones quirúrgicas. Moore rastrea el origen de este sistema corrupto y siniestro en la administración Nixon, con el propio presidente como gran responsable, y lo sigue hasta la actualidad, en donde incluso los políticos, supuestamente honestos, caen también dentro del ámbito de la denuncia que hace el realizador. Con el humor habitual, aunque con un tono más bien sombrío, Sicko consigue emocionar y movilizar al espectador más que otras veces. Moore hace un recorrido por el sistema médico de Canadá, Inglaterra, Francia y, en el clímax del film, por el de Cuba. Allí se desarrollan los más momentos más polémicos -a raíz de ello el gobierno de EE UU ordenó realizar una investigación sobre ese viaje- y también las escenas más bellas, aunque se haga evidente aquí que está torciendo la información todo el tiempo.
Los dilemas del género documental
Entender que el documental es un género -tal como lo son el cine de terror o el musical- es fundamental para la comprensión del mismo. No hacerlo implica cierto nivel de inocencia que a esta altura de la historia del cine los espectadores no se pueden permitir. El documental toma sus imágenes de la realidad y, amparándose en esto, adquiere un nivel de impunidad cuyo único límite está dado sólo por las posibles demandas judiciales que pueda recibir una vez que es difundido. Esto es así porque desde el punto de vista cinematográfico, el documental posee una libertad ilimitada para manipular la realidad, tergiversarla y crear una cantidad infinita de mentiras bajo la paradójica excusa de afirmar que todo lo que se ve es real. No hay otro género que suspenda la incredulidad como lo hace el documental, la gente asume un nivel de inocencia asombroso y compra casi, sin dudar, todo lo que observa a través de las imágenes. Y es a partir de esta condición que el género se enfrenta al dilema de alterar o no la forma de mostrar realidad en pos de la narración y el ordenamiento de las imágenes. Basta decir que un documental posee montaje y que su duración no equivale a la duración de los hechos narrados para que pueda quedar anulada cualquier noción de realidad pura. Pero eso es apenas el comienzo. Una frase o un segundo de película a veces alcanzan para que un director cometa un acto de manipulación que afecte de forma definitiva el resultado ideológico final. Lo cierto es que un documental nunca muestra la realidad de forma objetiva, sino que siempre la recorta. Los documentalistas de cine son, en su inmensa mayoría, cineastas políticos. Por eso muchos films son documentales de propaganda y otros, documentales panfletarios. Es decir, los primeros respaldan al poder de turno, los segundos no. Claro que no está prohibido hacer documentales de esta clase, pero el espectador debería saber hasta qué punto la verdad que se le muestra ha sido manipulada por los recursos propios del lenguaje cinematográfico. Hay documentales que no usan recursos de montaje del estilo del cine de ficción, ni música, ni carteles explicativos, ni reconstrucciones de escenas y, obviamente, tampoco utiliza el más notable de los recursos de manipulación del documental: la voz en off. La voz en off está hoy prácticamente extirpada del documental puro y es considera por muchos como un pecado imperdonable. Pero volviendo a Michael Moore, ¿si uno dice la verdad general sobre algún tema, debe resignar los recursos cinematográficos que permitirían comprometer emocional e ideológicamente al espectador? Si la idea es mostrar una verdad, ¿no se pueden utilizar las “mentiras” del cine para hacerlo? Este es otro gran dilema del género, indudablemente. Al documental se le suele reclamar algo semejante cuando cuenta una historia con humor, ritmo, música, voz en off y construcciones dramáticas para aumentar el suspenso. En eso Michael Moore ha sido el más famoso y atacado de los documentalistas del mundo. Lejos de ser considerado uno de los mejores, lo cierto es que es uno de los pocos conocidos, ya que la inmensa mayoría de los documentales no alcanzan a tener estreno comercial o, en caso de tenerlo, su público es cuantitativamente muy limitado. El cine documental suele vivir en los márgenes porque muchas veces ignora que el cine debe ser entretenido. No es este el caso de Michael Moore. Aunque eso no implica que sus documentales sean mejores, pero sí que sean tan vistos como las obras de ficción.
Las personas en primer plano
Sicko es un film muy bien estructurado, que comienza con la exposición de algunos casos puntuales, llegando al momento de máxima denuncia de corrupción en el gobierno, justo sobre el final del primer tercio del film. La segunda parte consiste en el periplo que Moore realiza por diversos países para observar el funcionamiento de sus propios sistemas de salud. Primero se detiene en Canadá, luego, en Inglaterra y más tarde, en Francia, que si bien no es el último país, marca el final del segundo tercio de la película. Esta parte se caracteriza por la utilización que hace del humor y por ser clara en su exposición y, aunque el realizador no puede evitar algunos instantes de peligrosa simplificación, el ritmo y el entretenimiento igual funcionan sin descuidar el discurso. El último tercio del film es el más impactante. Allí Moore decide viajar a la base de Guantánamo, sitio del que el gobierno norteamericano se enorgullece por el excelente nivel de atención médica que allí reciben los presos. Hasta ese lugar llega Moore, desde Miami, con rescatistas del 11 de septiembre, que no reciben ningún tipo de ayuda médica a pesar de que con su trabajo han ayudado a cientos de personas en los días posteriores al ataque terrorista. Obviamente, no se les permite el ingreso y terminan en territorio de Cuba. Una vez en la isla, Moore y su grupo de pacientes recurren al sistema médico cubano. Este es el momento sin duda más impresionante de todo el documental, cuando el famoso sistema de salud cubano brinda su atención a los habitantes provenientes del mayor enemigo que Cuba posee en el mapa internacional, a valores irrisorios en comparación con los de Estados Unidos (lo que allá cuesta 120 dólares, en Cuba sale sólo 5 centavos). Luego, los bomberos cubanos les ofrecen un homenaje a los rescatistas, hecho que también provoca algunas lágrimas en los espectadores más duros. Por primera vez, Michael Moore pone a las personas que necesitan ayuda en primer plano. El país más poderoso de la tierra abandona a sus ciudadanos y éstos reciben ayuda de su máximo enemigo. ¿Qué importa lo que haga un cineasta si este acto habla por sí mismo? En un film negro, por momentos desolador, Moore tiene un gesto de nobleza tan grande como lo es la furia con la que denuncia. Y esto no significa que el cineasta idolatre el régimen castrista, ni justifique nada de lo que Fidel Castro hace, a quien incluso califica de dictador. Es bastante opinable y muy incompleto el relato que el director hace sobre Cuba, eso también está claro. Entonces sí, volviendo a ese tema específico, si bien Michael Moore afirma algunas cuestiones de forma poco rigurosa y juega con las emociones para convencer al espectador de lo que intenta demostrar, sin embargo, esta vez, quizás como nunca antes, su discurso llega más allá de sus métodos. Su eficacia no consiste sólo en el talento del director, pues Sicko también funciona porque pone en evidencia las historias de personas que son sistemáticamente perseguidas y aplastadas por un sistema. Ponerse a favor del sistema es una tarea tan imposible como lo es no conmoverse con las historias que el film cuenta. Todo el entramado que Michael Moore arma, todos sus gags, juegos de suspenso y revelaciones, tienen un fin que se termina mostrando un poco más noble que el resto de la obra del director. Aún así, conociéndolo, es imposible saber hasta que punto algo de lo que muestra es verdad.