EL MATRIMONIO COMO CENTRO DEL HORROR
No existe una sola forma de hacer cine, sino tantas como directores. Cada espectador, a su vez, puede elegir lo que más lo moviliza o conmueve. No es eso lo que se pone en duda. Pero dentro de esas infinitas opciones, hay algunas que reniegan de las posibilidades del lenguaje cinematográfico y de todas las capas que un film puede tener, eligen aferrarse con vehemencia al nivel literal de la historia. En esa categoría, obvia hasta lo increíble, todo se expresa literalmente, sin metáforas, sin elementos más profundos que la mera acumulación de situaciones y diálogos. No es arte, es una suma de anécdotas que podrían ser contadas en una charla de café o en terapia de grupo. No está prohibido hacer dramas realistas, pero aun estos, cuando se trata de películas, deben tener algún tipo de construcción artística más allá de lo evidente. Claro que para Sam Mendes esa manera de hacer cine le proporciona que la gente pase por alto la experiencia cinematográfica y vaya directamente a los temas que trata. Nuevamente, más cerca de una charla o un artículo que de un film. Cualquier cosa menos cine. Pero aceptando que así filma Mendes, pensemos que es lo está tratando de decir. La historia es la de los Wheeler -nota más allá del film: qué absurdo es que dos personas que están casadas se hagan llamar por el apellido de una sola de ellas- April (Kate Winslet) y Frank (Leonardo Di Caprio), un matrimonio de la década del ´50 que vive una vida monótona de profunda angustia y desesperación. Tratando de abrirse paso en esa vida gris, ella intenta una carrera artística en la que fracasa y él trabaja en la misma empresa que trabajó su padre, siguiendo el camino que se prometió a sí mismo evitar. Mendes apela al patetismo sin medias tintas y con crueldad rayana en el sadismo, les propina a sus personajes un camino espantoso, apelando a cuanta escena miserable tiene a mano. No es válido aquí el argumento de que la vida es así, porque no es de eso de lo que se trata, basta mirar la filmografía de Alfred Hitchcock para darse cuenta que su mirada del matrimonio y la vida burguesa bordeaba la pesadilla constante. No estamos hablando de la relación con los conflictos humanos, sino de la relación con el espectador. La crueldad y el la soberbia de Mendes es no sólo para sus personajes, sino para el espectador. Que un director como éste sea premiado y festejado, es pensar que un cineasta como Hitchcock hoy no recibiría ningún interés por partes de los espectadores supuestamente serios y adultos. Tampoco la recibió en su momento y hubo que esperar años para que alguien supiera de la calidad total de su cine. De Solo un sueño cabe decirse entonces que no es sólo mal cine, sino un cine malintencionado.