LA (MALA) INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS
La recreación del mundo de los sueños es una tarea compleja, no siempre fácil de lograr. Puede resultar una experiencia tan frustrante como cuando una persona intenta contarle a otra un sueño propio. Más aún, al momento de plasmar en imágenes esos sueños, la imaginación del interlocutor no puede agregar mucho y sólo debe entregarse a la lectura de aquello que las imágenes mismas muestran. Como la humanidad toda, el cine contemporáneo vive en una era post Freud, es decir, una época en donde la interpretación de los sueños -un arte milenario, por cierto- ya ha sido explicitada, explicada, compartida y recreada infinitamente, y en las formas más variadas posibles. En la actualidad, una gran cantidad de films utiliza los símbolos más habituales de los sueños para crear metáforas que enriquezcan sus historias en distintos niveles. Los surrealistas, por supuesto, trabajaron mucho con el psicoanálisis, Luis Buñuel y Salvador Dalí crearon juntos Un perro andaluz, la obra cinematográfica surrealista por excelencia, en donde toda la construcción del guión estaba basada exclusivamente en sueños que ambos habían tenido. Más tarde Buñuel siguió utilizando elementos surrealistas y metáforas oníricas en prácticamente todos sus films. Por su parte, Salvador Dalí colaboraría, años después, con Alfred Hitchcock, en la secuencia del sueño de Cuéntame tu vida. A su vez, Hitchcock también se interesó mucho por la interpretación de los sueños y el psicoanálisis; en esta película en particular llevó al extremo la relación entre dicha disciplina y una investigación detectivesca. Luego, también hubieron muchos cineastas y miles de escenas oníricas a lo largo de la historia del cine. Algunas sólo fueron secuencias comunes, otras buscaron construir un mundo en donde la forma y la narración imitaran las construcciones oníricas de las personas. Michel Gondry ha explorado este tema y este universo en repetidas ocasiones, pero sólo en este film dedica el centro de la historia a ello.
Elogio de la no narración
Cuando a mediados de los setenta nació oficialmente el videoclip, resultó obvio que su función era la de acompañar con imágenes los sonidos de una canción. Aunque muchos videoclips cuentan historias, lo cierto es que desde sus inicios, dicho género se inclinó hacia formas no narrativas, ya que su duración y su condición de dependiente de una composición musical limitan en gran medida sus posibilidades como historia. Sólo en parte, claro, pero no existe casi conexión entre la forma clásica de narrar un film (sea largo o corto) y la de un videoclip. Para estas canciones ilustradas, los realizadores buscaron sus referentes en las vanguardias cinematográficas y en cualquier modelo audiovisual no narrativo de la historia del cine. Michel Gondry, en su extensa y exitosa carrera como director de videoclip, ha explorado con grandes logros las posibilidades que le otorgaba este género, y se destacó en la creación de universos oníricos y relatos cuya lógica no es otra que la propia de los sueños. En Soñando despierto (The Science of Sleep) decide llevar -ya lo había hecho, aunque en menor medida, en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos- todo este universo al estilo del film, es así que la película repite aquella experimentación de los videoclips, pero en formato de largometraje. El resultado, muy decepcionante por cierto, es la puesta en evidencia de las limitaciones de ese estilo de narración y el agotamiento que produce cuando se trata de contar algo, cuya extensión sea mayor a la de cinco minutos.
Un tiempo para mirar
Soñando despierto es, después de todo, una comedia romántica. Y cuenta la historia de un joven mexicano que busca escapar de un trauma familiar y que conoce, en Paris, a una vecina de la cual se enamora, pero a quien, por culpa de su propia torpeza, no sabrá bien de qué manera acercársele. El mundo de los sueños operará, entonces, como refugio y, de alguna manera también, como trampa, tanto para el protagonista como para el director del film. Si acaso es un lugar común decir que a Gondry le sobra imaginación visual, tal vez ahora sea un lugar común decir que los elementos que tan bien utiliza al servicio de un videoclip hacen insoportable, en cambio, un largometraje. Lugar común o no, lo cierto es que no se trata de un problema narrativo solamente, sino de una cuestión de responsabilidad. Con un buen tema musical y algunos juegos visuales, un videoclip puede dejarse ver sin necesidad de apelar a interpretación alguna o sin necesidad de que deba hacerse cargo de un determinado discurso. Sin embargo, en un largometraje esa licencia no es posible. Entregarse durante más de noventa minutos al ejercicio de ver imágenes en pantalla le produce inevitablemente al espectador el deseo de encontrar algún hilo conductor que permita sacar alguna conclusión al respecto. No todos los realizadores tienen ideas visuales sobre el mundo. Michel Gondry demuestra, en esta película, que varias de sus originales creaciones visuales son profundamente limitadas a la hora de crear una obra de arte. No se puede juzgar lo que una persona tiene en su inconsciente, porque no todas las metáforas son claras o inequívocas. Pero a la hora de plasmarlas, necesariamente, el director debe darles un formato adecuado para que posean, al menos, una relevancia que supere el imaginario onírico de una única persona y se conviertan así en la fantasía de miles de espectadores.