NEONATURALISMO ITALIANO
A fines de la década del 40 Italia vivió uno de los momentos más importantes dentro de la historia del cine. El Neorrealismo italiano, tal cual se le llamó a una serie de films de aquel período abocados a la dura realidad de la Italia de post guerra y las clases menos favorecidas, quedó para siempre grabado en el público mundial, siendo al mismo tiempo un momento de gloria así como una cruz para la cinematografía italiana. En 1960, cuando Federico Fellini realiza La dolce vita, en una famosa escena donde Sylvia, la actriz internacional (Anita Ekberg) es entrevistada por periodistas locales, uno le dice: “¿El neorrealismo italiano está vivo o muerto?” y el manager le sopla al oído: “Diga vivo”. Cuando ella repite que está vivo, todos aplauden y ríen. Fellini, que no estuvo tan lejos del realismo en algunos momentos de sus primeros films, se convertiría para muchos en la antítesis de aquel período, así como también lo sería del cine de compromiso político de los siguientes años, teniendo que vivir al mismo tiempo el reconocimiento mundial y cierto desprecio en su propio país. Mucha agua corrió bajo el puente y hoy Italia se da a conocer al mundo mayormente con películas como El último beso, Manual de amor o Pan y tulipanes. Como en el resto de Europa, Italia vive una especie de combinación entre sus exponentes más comerciales y su cine más serio -bordeando en demasiados casos el qualité- destinado a un público determinado, aquel que no es captado por los productos industriales del cine de Estados Unidos. Claro que hay otro cine, pero ese difícilmente queda registrado en el espectador común. Sonrisas y lágrimas (Giorni e nuvole, 2007) de Silvio Soldini, el mismo director de Pan y tulipanes, es el ejemplo perfecto de esa corriente del cine italiano. Si bien la pobreza de los inmigrantes es un tema recurrente en su obra, Italia logra mayor éxito colocándose en el espacio del naturalismo, abocado principalmente a los dilemas de la burguesía. Decisión comprensible desde lo comercial, ya que la burguesía es, por definición, el público del cine naturalista. Así, Risas y lágrimas (aclaremos que no hay nada para reírse en el film), trata de problemas de una pareja de clase media acomodada. Ellos, con una hija joven pero adulta, tienen un buen departamento y ella se da el lujo de tener un trabajo placentero pero no remunerado. Pero la realidad los golpea fuerte, desmoronando toda su vida y obligándolos a luchar para salir adelante, al tiempo que deben evitar la destrucción de la pareja. La falta de trabajo era también el conflicto de los films del Neorrealismo y estaba en el centro de Ladrones de bicicletas. Incluso hay aquí una escena que las une: aquella donde el hijo -aquí la hija- ve la humillación que el padre sufre. En la película de Vittorio De Sica, el hijo se mantiene solidario y comprensivo; aquí termina en una pelea. Sin duda que las generaciones y las clases sociales son diferentes, más allá de los puntos en común. El problema, sin embargo, es puramente cinematográfico. El Neorrealismo era, más allá de su nombre, una forma artística de ver el cine con ejemplos realmente relevantes. Eso sí, como bien decía Truffaut “Ladrones de bicicletas, exige del espectador menos imaginación que un film como Intriga internacional”. Esta falta de imaginación, y esta menor exigencia para el espectador, se llevan al extremo en Sonrisas y lágrimas, donde la literalidad de la historia es absoluta y donde el lenguaje del cine tiene muy poco para aportar. Cine naturalista sin imaginación, chato, literal, donde no hay nada más que la ilustración de conflictos cotidianos, pero sin arte.