UN DESTELLO EN LA OSCURIDAD
Alemania albergó en el seno de su sociedad una de las páginas más oscuras del siglo XX y de las más oprobiosas de la historia de la humanidad en su conjunto, la que escribió bajo el régimen del nazismo. Las respuestas que se han elaborado para poder comprender el origen y las consecuencias de los acontecimientos de esa época infame han sido, sin duda, uno de los puntos neurálgicos de la historia alemana de los últimos sesenta años. El cine, por su condición de espacio de representación popular y de medio de comunicación capaz de atravesar más de una frontera cultural, ha servido como ámbito válido en donde purgar fantasmas y culpas y, en muchos casos también, otorgar solapadas dispensas. La historia del cine alemán es extensa en ese sentido, sobre todo porque de sus propias filas han surgido algunas figuras cómplices: actores, actrices, directores y técnicos que pusieron su talento y su arte (¿?) al servicio del régimen que planificó y llevó a cabo el Holocausto que cubrió de sangre e ignominia a la humanidad entera. El cine ha sido, pues, uno de los sectores de la cultura en donde se han tensado las posiciones éticas y morales más opuestas, allí se han delimitado -con claridad a veces y, en otras, no tanto- los grupos de artistas que se convirtieron en colaboradores u opositores al régimen. Uno de los casos más renombrados fue el de la directora Leni Riefenstahl, quien aceptó el cargo de cineasta oficial de Hitler, realizando -con sobrado talento técnico- obras nefastas a favor del nazismo. En el lado opuesto se encuentra el realizador Fritz Lang, quien supo renunciar a la gloria y la pompa prometida por un gobierno que ponía a su disposición todos los medios a los que cualquier artista hubiera deseado acceder, a cambio, claro, de que se sometiera a los designios ideológicos del régimen. Es pública la anécdota que cuenta que Lang, tentado por Goebbels, dijo aceptar el puesto e inmediatamente después huyó a Paris. Más tarde, terminó trabajando en Estados Unidos durante un extenso período. Su esposa, en cambio, la guionista Thea von Harbou, quien no compartía con él su mirada, decidió quedarse y colaborar con el nazismo. Así como Lang, muchos otros hombres y mujeres, provenientes del cine y de otros ámbitos culturales, huyeron de Alemania para salvar sus vidas (o sus almas). Dentro del ambiente cinematográfico esos compromisos artísticos tuvieron -durante los últimos años- una segunda vuelta a través del éxito obtenido por algunos films alemanes que, por primera vez a nivel industrial, se decidieron a hacerle frente a ese período de su historia. Lo cierto es que hasta no hace mucho, este “poder dar cuenta” -de forma sutil o frontal- de estos siniestros eventos que marcaron a Alemania y al mundo durante el nazismo había sido una gallardía casi privativa de los autores del cine independiente.
La historia oficial
La increíble repercusión internacional que obtuvo el film La caída, éxito que lamentablemente no alcanzó en igual dimensión Sophie Scholl, sirvió para demostrar que el tema permanecía vigente no sólo para la nación alemana. Centrada en los acontecimientos ocurridos durante los días finales de Hitler en su bunker, la película tiende a poner en escena el perfil de una sociedad que no parecía vivir el régimen del nazismo como propio. De manera intencionada, quizás, La caída intenta aislar a los líderes nazis como forma de alivianar la responsabilidad que les correspondía a sus ciudadanos en el macabro accionar de sus gobernantes. Una manera discreta de cubrir bajo un extenso manto de perdón a la sociedad en su conjunto, y un enorme retroceso en el recorrido logrado por otros films como Shoah, de Claude Lanzmann y La lista de Schindler, de Steven Spielberg, que ya habían dejado en claro que no había espacio para tal absolución de culpas. Pues no caben dudas de que los movimientos o regímenes políticos se gestan y evolucionan hasta alcanzar el poder en los pueblos que, ya sea por acción u omisión, así lo permiten. El personaje que cierra La caída (en imágenes de documental), la auténtica secretaria de Hitler, representa una verdadera oposición ética a la joven Sophie; oposición que ella misma se encarga de poner en palabras cuando dice a cámara: “A pocas cuadras de mi casa vivía una joven llamada Sophie Scholl. Se podía también en ese entonces elegir ser otra cosa, se podía ser Sophie Scholl”. Y si bien es imposible sentir siquiera comprensión ante ese viso de arrepentimiento puesto en boca de tan siniestro personaje, de alguna manera se vuelve estremecedor pensar en las implicancias de ese comentario luego de conocer la historia de esta joven a través de la presente película. De cualquier forma, la confinación al anonimato en el que estuvo oculto su compromiso histórico no fue tal en su país; hace pocos años, una revista femenina alemana realizó una encuesta para elegir entre sus lectores a la mujer más importante del siglo XX; el resultado no pudo ser más contundente, Sophie Scholl se llevó el primer puesto. Más tarde, alguien se hizo cargo en forma personal de hacer trascender su nombre más allá de los límites germanos, así fue como llegó su rostro a revelarse en un film. Film, por otra parte, doblemente necesario, no sólo como reivindicación de su figura, sino también como contundente respuesta a las confusas maniobras con fines absolutorios que había intentado hacer La caída en su afán por volverse la “historia oficial”. Por suerte, en la dinámica de la cultura siempre existen artistas que no temen bucear en las profundas aguas de la “historia real” como motor de sus obras.
La historia real
“Para levantar un peso tan enorme,
Sísifo, se necesitaría tu coraje.
No me faltan ánimos para la tarea,
mas el objetivo es largo y el tiempo, corto”
Irène Némirovsky.
El 18 de febrero de 1943 los hermanos Sophie y Hans Scholl, ambos estudiantes y miembros de “La rosa blanca”, un grupo de jóvenes que se oponía en forma pacífica al régimen totalitario nazi, soltaron en el interior del edificio de la universidad de Munich unos panfletos contra Hitler. Sophie fue descubierta por un conserje y, en consecuencia, encarcelada y acusada del delito de traición junto con su hermano Hans, quien la acompañaba en ese momento. De inmediato fueron encontrados culpables en un juicio inquisitorial y, seguidamente, condenados a muerte. Sophie Scholl tenía entonces 21 años y su historia, como hemos dicho, permaneció oculta durante décadas para quienes vivimos de este lado del mapa histórico-político. Pese al largo tiempo transcurrido, la película llega para hacer con su nombre algo de la justicia que en vida le fue esquiva. Con las obvias salvedades de distancia de historia, país y tiempo, los dos interrogatorios a los que fue sometida Sophie Scholl -y que la película da cuenta en forma contundente- recuerdan, por momentos, los que debió soportar Juana de Arco en su proceso. Paralelismo que se establece no dentro del terreno de las preguntas a las que ambas hicieron frente, sino por la inteligencia y la rapidez desplegadas en afán de refutar las acusaciones de un interrogador implacable, rostro visible de un poder siniestro capaz de aplastar con facilidad los cuerpos -comparativamente débiles- de las jóvenes. Y no es desdeñable el hecho de que ese mismo poder omnipotente haya parecido flaquear ante todo lo que esta mujer representaba, ante sus ideas, ante su ética, ante su mirada. Sophie Scholl asustó al régimen sometiéndolo a su manera y se convirtió en una pieza clave de su caída y destrucción. Y eso su interrogador lo pudo alcanzar a vislumbrar durante el mismo proceso. El final de la película, conocido por todos, pero cuyos detalles aquí no mencionaremos, es particularmente conmovedor. Y aunque se atiene a los hechos reales, impacta también porque funciona como metáfora de una batalla que se libra más allá de los límites establecidos entre una joven y un sistema opresor. Batalla que pareció perdida en aquel momento, pero que, y tal como lo anuncia Sophie, el tiempo y la historia supieron inclinarla hacia la dirección contraria.
La notable actriz que interpreta a Sophie Scholl, Julia Jentsch, quien ganó el Oso de Plata en Berlín por su actuación, capta a la perfección el espíritu que anima al personaje, sabe denotar en su rostro registros variados: el romanticismo de su edad, la convicción de sus firmes ideas y un aplomo infranqueable frente a lo que se presenta como irreversible. Por su lado, el director (también Oso de Plata en Berlín) se entrega a una forma de filmar clásica y lineal para poder concentrarse en los matices, en los pequeños detalles que son los que transmiten la profunda emoción que la película logra producir.
El juicio de la historia
Volviendo a los cineastas mencionados en el comienzo de esta nota, Leni Riefenstahl filmó dos famosos largometrajes durante el período nazi y luego su carrera se vio destruida. Sus dos películas -sobre todo El triunfo de la voluntad- son hoy dos burdos panfletos que no pueden huirles a su adscripción a la época y que han quedado cautivos del implacable juicio de la Historia. Fritz Lang, por el contrario, pudo terminar su carrera con la frente alta, luego de realizar varios films de enorme valor artístico y ético, obras que el propio cineasta supo respaldar con su historia y trayectoria. Solo se vive una vez o Los sobornados son claros ejemplos de ello. Traudl Junge, más conocida como la secretaria de Hitler, vivió hasta el 2002 y su vida, hasta el final de sus días, consistió en una inconducente búsqueda de justificación para sus acciones y en unos tímidos pedidos de disculpas, todos carentes de fuerza para poder ejercer reparación alguna sobre las heridas del tejido social. En ese orden fue que escribió una biografía y filmó un documental dedicado a sí misma, llamado La secretaria de Hitler, y que integra el film La caída, como mencionamos antes. Por su parte, el legado ideológico de Sophie Scholl se ha elevado con el correr del tiempo. Hoy es posible, entre otras menciones, encontrar su nombre grabado en una placa frente al lugar en donde tuvo su domicilio, asimismo, la universidad de Munich -escenarios donde se filmaron las escenas en que Sophie y su hermano fueron arrestados- también la recuerda frente a su entrada principal. Mucho más que esos elementos simbólicos y esta notable película, Sophie Scholl se convierte día a día en un modelo ético, en un referente por haber sabido resistir con notable entereza la injusticia y el oprobio, por no haber callado su voz aún en tiempos en que por hacerlo se ponía en riesgo la vida. Un encomiable ejemplo a mantener presente en tiempos en los que se atisban algunos focos de resurgimiento nazi, entre otras grandes miserias.