Laurel y Hardy, el mejor dúo de comedia del mundo durante muchos años, se enfrenta a un futuro incierto a medida que su época de esplendor va quedando atrás. Aun con el lejano pero doloroso recuerdo de una pelea que los distanció, intentan relanzar el dúo con una gira en Gran Bretaña en 1953 mientras planean una nueva comedia juntos. No saben si esas funciones teatrales serán un fracaso o un resurgimiento poderoso, si el público los ha olvidado o si todavía los recuerda y desea verlos en el teatro o en el cine. La película mezcla acontecimientos basados en la historia real con algunas licencias poéticas para lograr mayor drama y que se entienda más claramente el funcionamiento de este par de cómicos y su relación de amistad.
Steve Coogan interpreta a Stan Laurel y John C. Reilly a Oliver Hardy. El dúo cómico consigue el objetivo titánico de interpretar a dos gigantes de la historia de la comedia, no solo imitándolos, sino también trasmitiendo todo lo que les pasa a los personajes. No es raro pensar que la mayoría de los espectadores, la casi totalidad, no ha visto un solo largometraje de Laurel & Hardy, y tal vez solo tenga el lejano recuerdo de algún cortometraje. De hecho hay una escena en la película que refleja esto, aun estando en 1953, su fama era superior a la vigencia de su obra. La película, no hay que aclararlo, tiene una carga de emoción enorme, que se multiplica aún más cuando uno conoce y admira a los personajes principales.
La película, incluyendo principalmente a las esposas de ambos, Ida Kitaeva Laurel (Nina Arianda) y Lucille Hardy (Shirley Henderson), consigue armar una película que cuenta una historia comprensible para todos los espectadores. Es transparente y clara la historia en todo sentido, aunque para los fans signifique mucho más cada detalle. Sin exagerar el drama, ni descontrolarse con los golpes bajos propios de los biopics, la película observa esos momentos de melancolía y unión que viven esos dos actores que han trabajado durante décadas juntos. La fama descomunal que supieron tener y la sensación de que cada nueva actuación en conjunto puede ser la última.
Esa es la idea de la película. Los comediantes que hicieron reír al planeta vivieron también sus buenos y malos momentos. Ascendieron y luego tuvieron que ver como su época se terminaba. La película es agradecida y está hecha con toda la admiración del mundo. No es un film biográfico escandaloso o morboso, es más bien como eran las biografías cinematográficas en el cine clásico, llenas de amor y respeto, valorando aún más a los retratados al tener en cuenta su lado humano. No solo los protagonistas saben que cada actuación puede ser la última, el director también lo sabe. Nunca se sabe cuándo nos reiremos por última vez, cuando será la última vez que veamos a un amigo. Las despedidas son tristes y muchas veces nos toman por sorpresa, antes de terminar un gag o a mitad de nuestra actuación en el escenario. Porque la vida se termina y todo pasa, Stan & Ollie se vuelve particularmente emocionante, hasta las lágrimas. Gracias al gordo y al flaco por todas las risas y a esta película por permitirnos sentir una vez más ese amor incondicional que sentimos por los cómicos.