Christopher Reeve siempre será Superman. Fue el famoso superhéroe en la película de 1978 dirigida por Richard Donner, con actuaciones de Margot Kidder, Marlon Brando y Gene Hackman. Ese rol le permitió entrar en la historia grande del cine y aunque hizo muchos otros papeles, incluso en películas de culto, ningún otro trabajo fue tan importante como interpretar a Superman. En el año 1995, Reeve tuvo una caída de un caballo en una competencia ecuestre y quedó cuadripléjico. La noticia provocó una doble conmoción, la de ver a una personaje joven y tan activa postrada físicamente y también el descubrir la vulnerabilidad de aquel que en la pantalla interpretó al ser más poderoso que haya llegado a la Tierra. El documental Super/Man cuenta su vida y narra la historia previa al accidente y la lucha posterior tanto de él como de sus seres más cercanos.
No se trata de una obra sofisticada del género pero cumple con la distribución de información de manera adecuada y entretenida. Se nota que está hecho para ser visto de un tirón y no con cortes. No es un documental televisivo y no subraya ni repite cosas con el afán de mantener atentos a los espectadores menos activos. La historia se impone, por supuesto, y para la mayoría de nosotros significa también el descubrir cosas que no sabíamos de él así como también algunos elementos de su entorno que tiene tanto peso dramático como el propio protagonista. Super/Man es todo lo potente que uno podía imaginar antes de entrar al cine.
Está claro que la idea de la película es homenajear a Christopher Reeve y su lucha por mejorar la situación de las personas que han sufrido lo mismo que él. Es una historia llena de coraje, amor y perseverancia. La energía del propio actor pero también la de su familia y sus amigos. A la larga, es una película que inspira y motiva a no rendirse, un elogio a los que se convierten en héroes fuera de la pantalla. Pero también es necesario decir que la inspiración queda un poco relegada frente a lo angustiante y triste que es la historia. El mensaje llega, pero las sensaciones inmediatas luego de ver la película son durísimas. Casi todo el largometraje es para verlo llorando. No sólo por la tristeza, sino también por el amor que se ve en cada escena. Dana Reeve, la segunda esposa de Christopher, es una personaje a redescubrir y la película también vale lo que vale por ella. Los testimonios de los hijos son conmovedores, así como también los de los amigos. Y allí, como coprotagonista inesperado, aparece Robin Williams, el mejor amigo de Christopher Reeve. Ver el amor incondicional de Williams, hoy también fallecido, le agrega una capa más de melancolía y tristeza. Pero el legado queda, el cinematográfico, por los roles interpretados y por este documental, y el humano, porque más allá de las obras humanitarias que llevó adelante Reeve, el entorno de amor y lealtad que lo acompañó, es un bien en sí mismo, más inmortal incluso que la pantalla grande.