Transmitzvah empieza como muchas películas del realizador Daniel Burman. Una descripción amable del barrio del Once y un tono costumbrista que juega con el humor, algo de nostalgia y la presentación de los personajes que llevarán adelante la historia. Rubén Singman es un preadolescente que está pronto a celebrar su Bar Mitzvah, pero le dice a su familia tradicionalista que tiene se identifica como mujer y que no quiere hacer la celebración como hombre sino como mujer. A pesar del cariño, no llegan a ponerse de acuerdo y esto cancela la celebración. Rubén, que adoptó el nombre artístico de Mumy Singman, se ha ido a vivir a España donde es una cantante yiddish exitosa. En su regreso a Buenos Aires deberá reencontrarse con su familia y con su hermano Eduardo, quien ha llevado una vida según la tradición familiar, sin fallar nunca al mandato que le ha tocado seguir. Ambos hermanos buscarán la manera de finalmente realizar el tan postergado Bar Mitzvah.
A Daniel Burman el costumbrismo del Once y las figuras de la comunidad judía le ha dado grandes resultados. Esperando al Mesías, El abrazo partido, Derecho de familia y El Rey del Once constituyen la mejor parte de su filmografía. También ha incursionado en otras formas de comedia con resultados muy inferiores. Ahora, luego de realizar dos series, retoma al estilo de largometraje que mejor le queda, pero buscando a la vez sumar ese otro tono menos naturalista. Transmitzvah tiene las virtudes y los defectos de su cine por partes iguales, sin que puedan separarse para construir dos películas diferentes.
Tiene algunos momentos algo didácticos un poco torpes pero por suerte no cae en las trampas del progresismo actual e incluye en su crítica justamente a los progresistas que no respetan ni entienden los conceptos elementales de la religión. El tono, como ya mencionamos, es amable y lo único que finalmente se impone es el amor que une a estos dos hermanos, Mumy y Rubén. La parte musical se ve muy forzada y bastante pobre en comparación con el divertido y emocionante derrotero de los hermanos Singman. El final, alejado de todo realismo, es otro de los momentos que funcionan y es un buen cierre para una película despareja pero sin nada grave para objetarle. Justamente es el único momento del lado no costumbrista de la historia que logra encajar. La búsqueda de la identidad y el amor fraternal son universales y la película lo demuestra, lo que posiblemente sea su gran objetivo. Otra historia de familia dirigida por Daniel Burman.