EL FILM INTENTA JUSTIFICAR LOS MEDIOS
El personaje central en Tropa de elite es el capitán Nascimento (Wagner Moura), el hombre que comanda el Batallón de Operaciones Especiales de la Policía Militar de Río de Janeiro (Bope). Transcurre el año 1997 y a Nascimento le asignan tranquilizar una zona de las favelas que el Papa, en su próxima visita a Brasil, desea visitar e incluso alojarse durante una noche. Nascimento tenía pensado dejar su cargo como consecuencia de la inminente llegada de su primer hijo. Su situación, ya de por sí tensa, aumenta entonces con esta última misión que le encargan y con la obligación de encontrar un reemplazante para su cargo entre los policías que desean entrar a la fuerza. El film nos cuenta tanto su historia como la de los dos honestos candidatos, Neto (Caio Junqueira) y Matías (André Ramiro), mientras avanza la operación y se complican las sub historias de la trama. Con una estética de documental y con la potencia de la historia que cuenta, Tropa de elite ha generado un descomunal éxito de taquilla en Brasil así como también una polémica que le ha ayudado a convertirse en un éxito en la prensa, aun cuando no ha sido estrenada en tantos países. Su reciente victoria en el último festival de Berlín probablemente le ayude a ser distribuida internacionalmente.
El problema del film surge por cuestiones ideológicas que, como siempre en el cine, está vinculado con cuestiones estéticas. Tropa de elite está basada en historias reales de policías, y busca en gran parte de su trama dotar al film de una impronta documental. Pero eso es sólo en parte. La manipulación que el director José Padilha le aplica a toda la historia es una trampa. Filma muchas escenas como documental, pero lo que cuenta es ficción, y finalmente consigue combinar la estética de lo primero con el dramatismo de lo segundo -hasta introduce una canción pegadiza que habla de la Tropa de elite- y genera un discurso que busca marear al espectador y convencerlo de un discurso claramente tendencioso. Una voz en off permanente nos sumerge en una catarata de conceptos y de ideas acerca de la tarea policial, el sistema, el narcotráfico, el consumo de drogas y la violencia. Esa voz en off no permite espacios para el pensamiento propio, menos aun cuando está colocada sobre imágenes de cámara en mano, que generan un caos de información visual donde lo único claro es el discurso que vamos escuchando a lo largo de la trama. El discurso no busca entender todos los puntos de vista, sino imponer uno solo. Si a eso le sumamos las escenas de violencia, sangre y riesgo de vida, nos veremos claramente sometidos a una experiencia en la que no será sencillo elaborar un pensamiento claro. Aunque por supuesto que la tortura como método aplicado por las fuerzas de la ley no necesita demasiado espacio de reflexión para concluir que es un verdadero horror. A no confundirse, el discurso fascistoide del film incluye una crítica al sistema corrupto y una condena total a los consumidores de droga. Ninguno de estos discursos puede avalarse porque lo que finalmente deduce la película: que con la tortura y la violación de los derechos humanos se puede vencer a los delincuentes y los asesinos. No es mala idea que una película deje de idealizar a los criminales, pero que lo haga elogiando la tarea criminal de la policía es justamente defender lo que se supone que se atacaba.
Tampoco hay que dejarse llevar por el discurso de que se trata de una película divertida y bien filmada. La manipulación y el peligro generan gran parte de la supuesta diversión, pero no es un film particularmente brillante y sus recursos visuales son más bien acotados y agotan a lo largo de la trama. Se ha comparado a Tropa de elite como la contracara de Ciudad de Dios, de Fernando Meirelles. Y en algún lugar lo es. El film de Meirelles tiene cien veces más recursos visuales aplicados con talento y verdadera fuerza, pero además tiene un discurso que -aun cuando no se esté del todo de acuerdo o sí- plantea una mirada más humanista y compleja del universo que pinta. Cuando se trata de retratar espacios tan complejos como los de las favelas de Río de Janeiro, resolver la estética con que se filmará es una decisión ardua. Por lo pronto, nadie ha optado en el cine comercial por un estilo despojado que permita una mirada lúcida y pausada, que habilite un pensamiento profundo sobre el tema. Pero mientras que estamos acostumbrados a criticar el esteticismo de películas como Ciudad de Dios y acusamos de “embellecimiento” de la pobreza cada una de sus imágenes, el estreno de Tropa de elite nos hace revisar ese pensamiento. Ciudad de Dios, a pesar de todo, se admite como una construcción de ficción, una mirada cinematográfica sobre la realidad. Tropa de elite nos quiere vender que lo que muestra es la más pura verdad, pero nos manipula ese imaginario documental hasta hacer que cualquier verdad que exprese se reduce a nada. En Ciudad de Dios -un film agobiante y angustiante- se abría una puerta hacia la comprensión humana, es decir, hacia el pensamiento, la inteligencia y la creatividad. En Tropa de elite la única salida posible es el totalitarismo, la tortura y el asesinato. Si eso es lo que piensan los realizadores: ¿Para qué seguir haciendo cine?