Los norteamericanos y los británicos han descubierto que la Toscana tiene éxito en taquilla y una y otra vez recurren a esa locación para narrar historias de segundas oportunidades. La Toscana lo permite, al parecer. En este caso un bohemio artista londinense (Liam Neeson) regresa a Italia con su hijo (Micheál Richardson) para vender la casa que heredaron de su difunta esposa y madre del joven. El problema es que hermosa casa en el hermoso lugar está en muy mal estado y la única forma de venderla es arreglándola. La casa necesita reparaciones, al igual que el distanciado vínculo entre ambos. Sí ustedes creen que esos son lugares comunes, es porque no han visto la película, que navega plácidamente en un océano de ellos. Hay compradores millonarios insensibles, una joven italiana que maneja un restaurante y un montón de cuentas pendientes entre los protagonistas que se irán acomodando. No hay misterios, ni mentiras, ni tampoco pretensiones en esta historia. Es una película candidata a ser amada por los que amen la Toscana o sueñen con visitarla y odiada por aquellos que quieran ver un cine que ofrezca algo más de riesgo o sorpresa. A veces los lugares comunes y lo excesivamente previsible puede ser un lugar de refugio. Quién busque ese resguardo y se conforme con algo sencillo y pequeño, acá tiene una película destinada a ese fin. El director es el actor James D´Arcy.