EL FANTASMA DE LA LIBERTAD
Woody Allen ha generado en los espectadores del mundo que lo siguen una especie de mito del eterno retorno, en el que todos los que admiran al director están esperando que realice -cito textualmente algo que leí muchísimas veces- “su mejor película desde Crímenes y pecados“. Este juego es una trampa en la que todos caemos y que nos ha hecho perder el rigor acerca de la obra de un cineasta interesante, aunque un poco venido a menos, en parte por su culpa, en parte porque sus seguidores también han perdido la exigencia y el interés. Por suerte Vicky Cristina Barcelona aun repitiendo algunos de los defectos de sus últimos films, igualmente funciona, porque la historia es más compleja y profunda de lo que aparenta en la superficie.
Vicky Cristina Barcelona posee una voz en off, un narrador que tiende a repetir el esquema de los últimos años en la carrera de Woody Allen. Afecta a la narración pero obedece a dos funciones: en primer lugar, explicar con velocidad aquello que la imagen tal vez no pueda. En segundo lugar, pretende hacer algo que sus películas vienen haciendo desde Melinda y Melinda, es decir, plantear de forma directa e inequívoca la tesis del film. Sobre esto hay mucho para decir, ya que es la herramienta con la que Woody Allen ha logrado recuperar a los espectadores del mundo, realizando un singular ejercicio con su público cautivo y con los nuevos espectadores. Ese ejercicio consiste justamente en que, planteado el tema de forma tan clara, el espectador se pone a trabajar con el mismo como si fuera un film didáctico para adultos. El juego se cierra, el espectador analiza pero al mismo tiempo se vuelve perezoso, porque sólo trabaja con la consigna que le ha dado el director/profesor Woody Allen. En el medio, la película puede ser mediocre, y si el realizador logra hacerla hace más o menos pulcra, nadie notará que carece de ideas de puesta en escena, complejidad visual o de un trabajo refinado y complejo en todos los rubros. Es lamentable, ya que Woody Allen podría apostar, en particular en este caso, a que el espectador haga su propio camino. Bastaría imaginar Vicky Cristina Barcelona sin voz en off para descubrir lo interesante que podría resultar. Con la voz en off el espectador sólo puede recorrer la propuesta del director, pues es guiado por un camino único. La pregunta es si esto responde a una inseguridad de un director veterano preocupado por el éxito o si se trata de una simple subestimación del espectador.
La película propone un juego a partir de las dos protagonistas: Vicky (Rebecca Hall) y Cristina (Scarlet Johansson) y su relación con la ciudad y su gente, en particular, Juan Antonio (Javier Bardem), un apasionado pintor, quien aun mantiene un vínculo con Maria Elena (Penélope Cruz), su ex mujer, también apasionada pintora. Aunque el film careciera del recurso de la voz en off, el título igualmente lo dice todo: Vicky Cristina Barcelona. No se llama Vicky Cristina Juan Antonio, ni Maria Elena. Es decir: es la historia de ellas dos y su relación con el mundo a partir de un momento de gran crisis planteado en la ciudad. Que el espectador no se confunda: Barcelona es la excusa para la explosión o implosión de ambas. No es una verdadera ciudad, está idealizada, estereotipada y exagerada, pero no es un error de Woody Allen, es un universo de fantasía a partir del cual se desarrolla el conflicto del film. Y Allen recupera aquí su mejor forma, no juzga, no baja línea, nadie sabe qué hacer realmente, todos desean y fantasean, pero también evalúan el peso del deseo y de las decisiones que se toman. Lamentablemente el star system hará que la gente hable de Scarlett, de Javier y, sobre todo, de Penélope que, como es la que más grita, se llevará todos los premios. Pero si conocemos a Woody Allen, y lo conocemos, el personaje de Vicky, interpretado por Rebecca Hall, es el que se lleva el mayor interés de la trama. Su conflicto es el conflicto principal, el 51% de la película, para decirlo de alguna manera. Si en Melinda y Melinda, Allen proponía una tesis que no llegaba a ningún lado, acá las protagonistas muestran las dos caras de un solo personaje, uno que se debate entre el entregarse a la estabilidad, escapando a la felicidad, y otro que rehuye de toda estabilidad -incluso la que representa la fantasía de otros- haciendo del movimiento la ley para su vida. No importa lo que la voz en off diga, Vicky Cristina Barcelona es una obra lúcida y sofisticada, y aunque uno se la quiera tomar como un trámite, representa una de las mejores obras de la carrera de Woody Allen, cuyo análisis va mucho más allá de simplicaciones tranquilizadoras. Vicky Cristina Barcelona es una película vital, llena de ideas y energía, una reflexión acorde a lo que uno espera del director.