Michael Hirst, el creador de la serie Vikings (2013-2020) es uno de los productores de esta secuela ambientada un siglo más tarde que la historia original. Los conflictos centrales aquí giran en torno a las tensiones entre los vikingos y la realeza británica, lo que no tarde en transformarse en un baño de sangre. Pero también muestra el frente interno entre los vikingos paganos y los cristianos, lo que produce una guerra religiosa difícil de contener.
Jeb Stuart es el responsable de estos ocho episodios que buscan reavivar el furor de la serie original y al mismo tiempo instalar una nueva saga. Stuart no tiene tanta trayectoria televisiva pero dos guiones suyos le alcanzan como presentación: Duro de matar (Die Hard, 1988) y El fugitivo (The Fugitive, 1993). Está claro que su búsqueda es algo distinta a la de Vikings lo que le juega un poco a favor y un poco en contra. La diferencia entre ambas series también muestra los cambios que ha habido en el imaginario de las ficciones en la última década.
Vikings: Valhalla vuelve a jugar el juego de ser una serie histórica sin serlo. Tuerce, acomoda, cambia y traiciona la historia real en pos de sus propias ideas. Esto, claro, no tiene nada de malo, pero debe tomarse el concepto de histórico con mucho cuidado. La fecha que elige narrar, el final de la era vikinga, hace pensar que tres temporadas serán más que suficientes para contar los eventos, incluso suenan como demasiadas, a juzgar por lo que ha contado hasta ahora. Visualmente tiene la solidez de su predecesora y la reconstrucción de época, sea verdadera o falsa, se ve muy auténtica. La serie nos mete dentro de esa época. Claro que se toma las habituales licencias poéticas que todos conocemos. Un grupo de hombres y mujeres de gran belleza, pieles con cicatrices y aun así muy cuidadas, una desfile de modelos nórdicos con tórridas escenas de sexo fotografiadas como si fuera una película erótica de los ochenta más que un relato histórico. Son elecciones, aunque a veces se pasan un poco de artificiales. A veces, no siempre.
Y por supuesto la cultura de la diversidad y la generación woke obliga a forzar la historia hasta el límite. Así aparece una lideresa sorora negra y se llenan de artículos en las redes para explicar la presencia de vikingas negras. Los artículos son cautos, pero la serie no. De hecho, y aquí la tontería, el personaje de esa mujer en la vida real era un hombre caucásico. En la serie se nota que es ridículo y forzado y ninguno se lo cree, pero además la historia nos lo confirma. Las mujeres guerreras, algo más cercano a la realidad en la cultura vikinga, son igualmente exageradas aquí, como si no alcanzara con el poder que tenían en la serie anterior. Más que un avance se ve como un retroceso.
Lo único que la serie busca y por momentos sí consigue es entretener con peleas y batallas. Al igual que pasaba como Game of Thrones, una serie de la cual toma varias cosas, Vikings: Valhalla tiene un capítulo cuyo impacto es muy superior al resto. Ese episodio es el 4 y se llama El puente. Es un clásico clímax que hace que el espectador conecte con la serie y al mismo tiempo sienta que todo lo que viene después es mucho menos interesante. Menos rigurosa y compleja que las primeras temporadas de Vikings, esta secuela tiene asumido que no puede competir y busca concentrarse en divertir sin muchas más pretensiones. Lo logra parcialmente, no se sabe por cuánto tiempo más.