Hay muchos James Bond, oficiales y no oficiales. Incluso personajes que no llevan ese nombre ni tampoco el 007 pero aun así se ven como si fueran el famoso agente secreto al servicio de su Majestad. Si nos concentramos en los oficiales, es decir seis, cada generación tuvo uno que fue el primero al que vieron interpretar al personaje y por lo tanto, aunque sea en ese momento, lo consideró el verdadero. Para los que conocieron a Bond a partir de 1973 y hasta 1985, ese actor con el cual conectaron los films 007 fue Roger Moore. Los espectadores de otras épocas pensarán que es una blasfemia no poner a Sean Connery como el más grande Bond de todos los tiempos, y las generaciones posteriores no entenderán muy bien como se lo puede preferir antes que a Pierce Brosnan o Daniel Craig. Mal que nos pese, es Craig el más popular en este momento, simplemente porque hace muchos años que interpreta al personaje. Como dijimos arriba, cada generación tiene su propio James Bond.
Vivir y dejar morir (To Live and Let Die, 1973) es lo que se denomina un antes y un después dentro de la franquicia. Luego del incomprendido cambio de actor con George Lazenby y el regreso de Sean Connery una vez más, fue Roger Moore el destinado a llevar el estandarte durante doce años. El mundo ya estaba preparado para un nuevo actor y en este caso no se trataba de un desconocido. Varias series, pero en particular dos, los habían puesto para siempre en la historia: El santo (The Saint, 1962-1969) y Dos tipos audaces (The Persuaders, 1971-1972). También había trabajado en Ivanhoe (1958-1959) y Maverick (1959-1961) así como también en veinte largometrajes de cine. Se podría decir sin dudarlo que James Bond fue su mejor momento cinematográfico, a diferencia de lo que ocurrió con Sean Connery, que brilló aún más luego de dejar al personaje. El cambio de actor no solo era físico, sino que una completa nueva etapa comenzaría a partir de allí. Tanta energía se lleva el conocer al nuevo James Bond que gran parte del guión de la película queda un poco en segundo plano.
Varias escenas con asesinatos de agentes anuncian el conflicto y James Bond tarda en aparecer, más allá de la habitual presentación disparando a cámara. Hay una trama que va de Harlem a la república ficticia de San Monique, en el Caribe. Un líder del tráfico de drogas y un dictador, cuya conexión obvia se revelará avanzada la trama. También hay una misteriosa mujer que lee las cartas, Solitarie, interpretada por Jane Seymour, centro romántico de la película. Y por supuesto, y por única vez, lo sobrenatural será parte de la historia, generando sorpresa en los seguidores del personaje. Todo parece un poco disparatado y lo es, ya que no hubo ningún pudor en mezclar todo tipo de cosas para ofrecerle a los espectadores un gran espectáculo. Mientras Moore se adapta al personaje, una nueva etapa comienza.
Sin embargo, y de forma inesperada, lo más famoso que tendría la película sería su canción, compuesta por Paul McCartney y Linda McCartney. To Live and Let Die es un clásico más grande que el propio film. Curiosamente, cuando McCartney entregó el tema interpretado por él junto a Wings, el productor pensó en rechazarlo y al director tampoco le gustó. Sin embargo aunque el productor Harry Saltzman prefería una canción interpretada por una cantante negra más cercana al espíritu de la trama, terminó aceptando, ya que nueve años antes había dicho no a producir Anochecer de un día agitado (A Hard Day´s Night) el éxito gigante de The Beatles y tuvo miedo de repetir el error. Brenda Arnau interpreta otra versión de la canción dentro de la película. El compositor de la banda de sonido fue nada menos que George Martin, el productor musical de The Beatles. La canción fue nominada al Oscar, única nominación que recibió la película.
Vista de forma retrospectiva es una mezcla muy rara la del nuevo James Bond con la cultura vudú, con una canción de Paul McCartney y con un claro tono de blaxploitation, el movimiento cinematográfico que se estaba de moda en Estados Unidos en ese momento. Varios de los actores que trabajan en estas películas participaron del film de Bond. Como siempre en el mundo de 007 todo es estereotipado y ridículo, con la cual era una caricatura al mismo tiempo que un reconocimiento a un cambio cultural. Por primera vez James Bond tiene una relación con una mujer negra, Rosie (Gloria Hendry) y para quien crea que esto no es un cambio, hay que recordar que en Sudáfrica esas escenas fueron cortadas por la mezcla entre razas que estaba prohibida allí. El villano también era negro, lo que supuso otra novedad. Yaphet Kotto no estaba muy convencido de la representación negra en la película, pero igualmente cumplió con su papel. Y si alguien cree que hay estereotipos, el sheriff sureño interpretado por Clifton James es una exageración por encima de cualquier otro personaje de la película.
Varias escenas han quedado en la memoria aunque en comparación la película hoy parezca un borrador del nuevo James Bond. La persecución de lanchas, los inquietantes títulos del comienzo, la caminata por encima de los cocodrilos y dos personajes inquietantes, Tee Hee (Julius Harris) el secuaz con una mano de pinzas y el misterioso Baron Samedi (Geoffrey Holder), representante de la magia en la película. Están, por supuesto M (Bernard Lee) y Moneypenny (Lois Maxwell), aunque lamentablemente no aparece Q, pero sí un reloj imán ideado por él. La palabra final la tuvo el público, porque la película arrasó con la taquilla de todo el mundo y el cartel al final que anunciaba el regreso de James Bond en El hombre del revólver de oro, se cumpliría en 1974. Roger Moore interpretaría a 007 en siete películas, lo que lo convertiría en el actor con mayor cantidad de películas de James Bond oficiales de la historia. Fuera de este personaje, Moore haría varias buenas películas en paralelo, pero su carrera como estrella culminaría cuando dejara de interpretarlo. Sin duda el actor que mejor aprovechó la creación de Ian Fleming.