PALO Y PALO
Las comparaciones son odiosas. Justamente por eso, las voy a evitar. Es tentador explicar lo buena que es Whiplash comparándola con otras películas. Comparándola con otras películas independientes, comparándola con otras películas sobre músicos, comparándola con otras nominadas al Oscar. Todo eso será evitado, aunque queda enunciada que la comparación es posible. Whiplash es una película intensa, concentrada, metida en un tema, en una única dirección y con un solo conflicto a seguir. Un milagro en los tiempos que corren. Andrew Neyman (Miles Teller) es un estudiante del conservatorio de música que toca la batería. Su sueño es ser el mejor en lo suyo, brillar entre los mejores. El más exigente y despiadado de los profesores, Terence Fletcher (interpretado por J.K. Simmons) lo incorpora al mejor grupo de jazz de la escuela. Este honor conlleva el tener que soportar la enorme presión que el profesor ejerce sobre sus alumnos.
¿Cuánto está dispuesto a hacer Neyman para conseguir su objetivo y será esto suficiente para lograrlo? Es lo único que importa, el resto es adorno. Y no es adorno porque el director no tenga la habilidad para contar más cosas, lo es porque el director está diciendo mucho sobre su personaje al ir deshaciendo todo lo que está por afuera de ese conflicto principal. Damien Chazelle no carga las tintas en reflexiones absolutas o grandilocuentes. No les coloca a los personajes su bajada de línea sobre el mundo. No llega, incluso, a juzgarlos en situaciones en las cuales otro director haría un festín moralista. Su concentración es absoluta y con eso consigue una tensión sublime. Cada escena aumenta la apuesta y la presión de los personajes le llega al espectador. Una vez más, Whiplash no permite que el espectador se distraiga, se vaya del relato. Independiente o pequeña son palabras que muchas veces llevan a pensar en film tibios, mínimos, grises, pero es lo contrario. Pura, precisa e intensa, eso es Whiplash.
Y también es una película bella. Más allá de la música, está filmada de forma bella, nunca se vuelve sórdida, nunca necesita hacerlo para impactar. El montaje, el sonido, la fotografía, todo arma un relato que no solo atrapa, sino que da mucho gusto ver. Las actuaciones están todas bien y aunque ese gran actor que es J.K. Simmons se está llevando todo los premios, su actuación es sobria, intensa, ajustada a su personaje tiránico. Whiplash aprovecha el lenguaje del cine, aprovecha el tema que elije y saca el máximo provecho de todo eso. Su falta de pretensión, su humilde efectividad, la colocan por encima de los buscadores de premios que abundan en el cine contemporáneo no comercial. Un pequeño milagro que haya llegado hasta el Oscar, pero bienvenida sea.