Peliculas

XXY

De: Lucía Puenzo

SER DIGNO DE SER

A la gente hay que cuidarla, hermano, no es tan difícil de entender”.
Julio Chávez, Un oso rojo.

Decir que XXY trata sobre una persona hermafrodita es una operación tan reduccionista como afirmar que Jurassic Park trata sobre dinosaurios, o Río Bravo, sobre cowboys. Alex (Inés Efrón) es hermafrodita y, a la vez, la protagonista del film. La película parte de esto, pero va mucho más allá de este tema. Es que pasado el interés inicial, el posible impacto y hasta incluso la curiosidad, XXY se desdibuja como un film sobre una joven hermafrodita y se muestra cada vez con más claridad como una película acerca del amor, la comprensión y el cuidado entre las personas, y al mismo tiempo como un inteligente relato acerca de la identidad. Proteger a los seres amados, protegerlos para que sean lo que quieren ser, es una tarea difícil, plagada de temores y contradicciones. Muchas veces no resulta un camino fácil de transitar, y la película lo entiende. Como el verdadero buen cine, XXY tiene más de un nivel de interpretación y lectura, pues Consigue producir significados complejos y complementarios, que conforman un todo coherente y profundo. Por eso sus metáforas directas, subrayadas anuncian un juego de doble lectura que hay que tener en cuenta para poder apreciar mejor la totalidad del film.

El juego de los pares

“Miedo de ser dos camino del espejo”.
Alejandra Pizarnik

Alex tiene genitales masculinos y femeninos, es decir, tiene los dos sexos. Esa es, justamente, su condición de hermafrodita. A partir de esto, Lucía Puenzo decide elaborar los pares en el film. Así pues, tenemos dos familias, cada una conformada de la misma manera: una madre, un padre y un hijo. Este par funciona como espejo y nos plantea que ambos grupos son dos caras de la compleja construcción del vínculo familiar. Pero eso no es todo, claro. A su vez, Alex tiene dos jóvenes que la quieren, uno es  oriundo de donde ella vive, el otro es el que ha venido desde Buenos Aires. A su vez, la metáfora de la castración funciona mediante una tortuga marina, con lo cual la agresión a Alex, asimismo, tiene otro espejo. Por su parte, Alex no es la única hermafrodita del film, ya que al final conocemos a otro personaje que ha pasado por la misma situación. La dualidad está en el centro mismo del conflicto de forma literal, pero también de forma metafórica, lo cual lo hace más interesante. Incluso la escena de sexo está construida a partir de esta idea. Pero hay más. La madre, que ama a su hija, hace venir al centro de los hechos a un experto cirujano que podría operarla, pero lo hace sin decirle a su marido, a quien también quiere. El padre, por otro lado, actúa con seguridad y firmeza en cada una de sus decisiones, pero no sabe si realmente hace lo correcto. Es útil pasar de los pares obvios a las dualidades para resaltar que de esto es de lo que está constituido el dramatismo. De esto están hechos los conflictos: de la dualidad, de la ambigüedad, de la contradicción. Y XXY despliega, a lo largo y lo ancho de su metraje, una extensa gama de ejemplos de ello, un verdadero juego de espejos que nos permite una lectura plena y completa de los temas. No todas las dualidades son sutiles y no todas las metáforas son tan efectivas, pero aun así, aun en sus puntos menos brillantes, la película confirma su coherencia y su ambición.

Cuenta conmigo.

Casi hacia el final del film, hay una escena en la que Alex despierta y descubre que su padre ha pasado la noche sentado junto a su cama. Alex le pregunta que hace allí, y él le contesta: “te cuido”. Y aquí reside en gran medida el tema sobre el que trata la película. Como en Río Bravo, en donde una aguerrida pero inofensiva mujer vela toda la noche en la puerta del cuarto -nada menos que- de John Wayne para que él –sin su permiso, claro, y sin pedírselo- pueda dormir un poco más y enfrentar su ardua jornada. O como en Jurassic Park, en donde el –antes- osco arqueólogo, ahora sensible, les dice a dos niños que duerman tranquilos, y cuando ellos le preguntan si se quedará despierto toda la noche él contesta: “sí, toda la noche”. No puedo asociar XXY a otras películas que no sean éstas, porque en estos simples gestos se alberga una nobleza que la aleja de cualquier cinismo, efectismo o explotación del morbo. No existe el menor asomo de morbo en todo el film. Lucía Puenzo ha logrado, con inteligencia, elegir un punto de partida ideal para hablar de dos cosas fundamentales: la identidad de las personas y la necesidad de afecto para poder construir con fuerza y convicción esa identidad. En otro momento del film, Alex le pregunta a su padre por qué no le dijo que habían traído a un médico que podía operarla, y él le contesta simplemente que no sabía y que por eso mismo no se lo había dicho. Alex lo mira y nos regala su mirada más bella durante todo el film. La mirada de alguien que acaba de corroborar la fidelidad, la incondicionalidad de la persona que la ama. Una mirada cálida, tierna, sin defensas, entregada y sincera. La paz de saber que alguien nos quiere y nos quiere bien. De esas corrientes de afecto, ternura y cariño trata XXY. Lo demás, en el total, resulta casi anecdótico en comparación con la belleza y la sensibilidad con la que Lucía Puenzo habla de estos temas. La identidad es algo que se construye paso a paso. Claro que hay muchas clases de identidad e incluso dentro de la sexual hay muchos matices más allá de las diferencias obvias. Pero de lo que ningún ser humano puede prescindir es del afecto, de la mirada de otro, del cariño. De personas que cuidan a otras, de seres que tienen menos miedo porque alguien los ve más allá de lo superficial y los quiere más allá de todo, de eso trata XXY. Y de eso trata, después de todo, el difícil arte de querer y ser queridos.